Fernando Vazquez Rigada

Por FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA

El presidente Peña Nieto concretó, finalmente, lo que todos los presidentes de México habían intentado sin éxito: la reforma energética.

Con ello, Peña saca su ticket a la historia. Para bien o para mal, el joven mexiquense se consolida como el gran reformador de las estructuras del país.

Logró, a base de talento político, destrabar reformas en el ámbito educativo, financiero, fiscal, de telecomunicaciones y energético. Falta el campo, que modificará el marco legal de la tenencia de la tierra para tener mayores superficies de producción, disminuir la pulverización de las unidades productivas y facilitar su compraventa. Esa será una reforma clave para el desarrollo nacional.

Se puede estar  en contra de las reformas peñistas, pero hay algo que no se puede regatear: hay un proyecto de país claro, definido, un rumbo predeterminado y una hoja de ruta específica para llegar a él.

No había una idea tan clara sobre el destino de México desde hacía 18 años. Los tres últimos presidentes naufragaron en crisis, contradicciones o coyunturas.

Peña, no. Fue lo suficientemente claro en sus propuestas de campaña y ha cumplido.

Termina, con la promulgación de la reforma energética, el primer tramo del sexenio. Dos años le bastaron al PRI para modificar todo un andamiaje legal que había perdurado casi un siglo.

Ahora vendrá, primero, la parte política. El presidente necesita operar a nivel nacional para ganar la elección intermedia. Requiere desplegar todos los instrumentos de poder para incrementar su aprobación y generar un entorno más favorable hacia su proyecto. Hay pendientes: descabezar a la CNTE. Meter en orden a gobernadores. Limpiar la casa.

En un proyecto modernizador no cabe el viejo costumbrismo del régimen autoritario, corrupto y de compadrazgos.

Tendrá que venir, de forma paralela en el segundo tramo, la demostración de que las reformas tienen un sentido social. De nada sirve generar riqueza si no se reparte. Desbaratar monopolios para crear oligopolios. Crecer sin desarrollar.

Ahí, la implementación de las reformas será determinante para el futuro nacional. Si la reforma a las telecomunicaciones fractura la rigidez mediática para que la televisión se haga más libre y plural; si se inyecta competencia libre a la transmisión de voz y datos; si no se coarta la reforma educativa por cacicazgos; si se logra un equilibrio entre Pemex y los nuevos jugadores; si se articula un nuevo modelo de encadenamiento con la industria nacional; si se abre la puerta a nuevos jugadores no vinculados a un partido político y no se desata la corrupción, entonces el programa habrá sido un éxito y se habrán sentado las bases para el siglo XXI.

El tercer tramo del gobierno será la consolidación del legado de Peña, íntimamente ligado a la forma cómo se ejerza el poder y se dé cuerpo a las reformas. Este proyecto, si cuaja, es de amplio aliento. Sus efectos se darán mucho más allá de este sexenio. De ahí la importancia de atar su nombre no sólo a las reformas, sino a sus buenos resultados.

Peña ha inscrito su nombre en la historia. Falta el apellido. Veremos cuál es.

 

@fvazquezrig

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