Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada

Uno de los primeros movimientos sorprendentes de Barack Obama como presidente fue el nombramiento en el Departamento de Estado. No es una posición más. Es uno de los ejes articuladores de la política exterior norteamericana. La que concentra el soft power. La que teje acuerdos y extiende la influencia del país allende su puño militar. El departamento de Estado es importante porque equilibra la contradicción central de Estados Unidos que identificó magníficamente Octavio Paz: el vecino es una democracia adentro, pero un imperio afuera.

Para ese cargo, Obama nominó a Hillary Clinton. Su rival. La puntera en el proceso de nominación demócrata cuando nadie apostaba por el -casi- desconocido senador por Illinois. Hillary no sólo era un personaje: era la cabeza activa de un grupo de poder.

Obama la necesitaba: por su inteligencia, por su experiencia, por los intereses que representaba pero, sobre todo, por algo: por ser su adversaria.

Nicolás Maquiavelo recomendaba: a los amigos, hay que tenerlos cerca. Pero mucho más cerca a los enemigos.

Enrique Peña hizo algo similar con Manlio Fabio Beltrones.

La llegada de Manlio acrecienta el peso específico del gabinete. Cuando las cosas no van bien, hay que llamar a los mejores, donde estén. Con la excepción de un puñado de secretarios -que se cuentan con los dedos de la mano- el resto del gabinete ha tenido un semestre cercano al horror. La economía afectada. La paridad abatida. La seguridad en entredicho. La educación raptada. La pobreza creciente.

Manlio es un hombre de poder. Un conocedor de lo mejor y lo peor de la política. Un operador. Un estratega. Pero no es cercano a Peña. Le disputó la candidatura presidencial. Sus credenciales generan mucha desconfianza en el entorno presidencial.

Pero algo ha probado el político sonorense. Es un hombre de resultados. Sabe de eficiencia. Y por eso es de esos poquísimos hombres útiles de un sistema.

Se le cuestiona su lealtad. No poseo, en lo personal, registro alguno de deslealtad en ninguna parte de su carrera. Fernando Gutiérrez Barrios se expresó muy bien de él hasta el final de su vida. Carlos Salinas no lo ha señalado como sí lo hizo con Emilio Gamboa. Fue amigo de Colosio hasta su muerte.

Peña ha tomado una decisión desde el flanco estratégico. Nombrar a Manlio es jugada de varias bandas.

Primero: aglutina al PRI. El presidente podría haber nombrado a quien quisiera. Recordando a Porfirio Muñoz Ledo: si el PRI quiere que su candidato sea una vaca, la nomina. Pero otra decisión hubiera sido costosa para preservar la unidad. Como en su momento señaló Gabriel Zaid, las reglas del PRI incluyen la abyección pero no la falta de respeto por la abyección.

Segundo. Peña abre la cancha. Este es uno de los primeros nombramientos que no pasan por el eje Estado de México/Hidalgo. Eso es sano. Las circunstancias son totalmente diferentes a las del inicio del sexenio. Verdad de perogrullo: un modelo sirve hasta que deja de funcionar y, simplemente, al presidente le cambiaron las circunstancias. Ya demostró que está dispuesto a modificar, si no su hoja de ruta, sí los instrumentos para navegarla.

Tercero. Mueve la sucesión priísta para el 2018. El país no es lo que era. Hay una infinidad de reglas que ya no operan: la sucesión priísta no es la sucesión presidencial. Los ex presidentes no guardan silencio. El presidente no tiene ya todo el poder por seis años. En fin. Manlio no tiene nada, salvo la presidencia del partido. Pero es una posición de primer nivel, por donde pasan o se procesarán las 14 gubernaturas que faltan por definir (2016 y 2017) antes de la definición presidencial. Es prematuro aventurar más, pero el arbitraje que se da desde el partido hará que la selección del candidato sea más amplia que sólo el primer círculo peñista.

Por su parte, Manlio enfrenta un reto formidable: administrar las expectativas.

Hay una efervescencia dentro del priísmo por la llegada del sonorense. Cuidado. Manlio es un peso pesado, pero sólo es presidente del partido. Su nombramiento implica que habrá un partido más activo, con mejor mensaje, más ofensivo, pero nada más. Manlio conducirá las 12 elecciones del proximo año, pero no modificará las circunstancias en las que se mueven esas elecciones.

El electorado común no se conmueve, ni se entusiasma, ni aprueba más al presidente, ni gana más salario, ni obtiene empleo, ni resuelve su intranquilidad, ni modifica su percepción del PRI por la llegada de Manlio.

Los políticos profesionales, maduros, son siempre polémicos pero necesarios. Los Fouché, los Talleyrand, los Hoover, son los activos de los sistemas.

El presidente entendió su circunstancia. Manlio la entenderá. Su llegada tiene una última connotación: es un principio, no un final.

Con Manlio se da el banderazo de arranque para una serie de cambios que urgen y se han pospuesto. No hay tiempo que perder. Si se sigue la lógica de esta última operación, aún está por verse.

 

@fvazquezrig

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