Fernando Vazquez

09/09/2013

120 días pueden ser muchos o pocos,  según los objetivos que se fijen. El Presidente Enrique Peña Nieto ha fijado ese plazo, lo que resta de su primer año de gobierno, para concluir un ciclo de reformas que cambiarían, plausiblemente, el rostro del país.Para una nación que de 1997 a la fecha se ha movido poco en materia de reformas sustantivas, el plazo es corto. De concretarse, en un año este congreso habría aprobado reformas en materia laboral, educativa, financiera, electoral, hacendaria, energética, de telecomunicaciones, de transparencia y de amparo. Un hito en la historia legislativa del país que nos pondría en el rumbo adecuado para crecer y ser exitosos en el siglo XXI.

Pero el país está impaciente,  inquieto,  expectante. Toda acción, en política, conlleva una reacción. Las presiones para frenar la reforma educativa han sido mayúsculas y atendidas con prudencia y hasta debilidad. La agitación por la reforma energética apenas se avizora. Hay una porción de la sociedad que no está dispuesta a abrir el sector energético a la inversión privada: no hay un consenso claro favorable a la reforma, como si lo hubo en favor de la urgente modificación educativa. La reacción nacional puede ser mayúscula. Si a eso se agrega el malestar por la inclusión del IVA en todos o algunos alimentos y medicinas, estaríamos en los bordes de la erupción. El cocktail estará completo el 9  de septiembre, cuando se presente la propuesta de paquete económico.

120 días pueden ser mucho o poco.

Los resultados de las reformas no se verán reflejados en los bolsillos de los mexicanos de inmediato. Ni siquiera pronto. Mientras no se avance en el tema de combate a la corrupción y a la impunidad, mientras no se ponga bajo control el gasto público superfluo y se tiendan nuevas redes de protección e inclusión social, cualquier tentativa por incrementar el cobro de impuestos parece una invitación a unificar a la mayoría silenciosa que hoy solo atestigua el caos de la CNTE, la violencia de la delincuencia, los desafíos de las autodefensas.

La aritmética matemática es siempre diferente a la aritmética política. Tener los votos suficientes en el Congreso basta para aprobar legalmente reformas, pero no para blindarlas de legitimidad, consenso y representatividad. Hay que hacer un esfuerzo dialoguista para obtener, en la reforma, el espejo de la pluralidad compleja del país.

México requería sacudirse el letargo de dos sexenios fallidos. Hay que emprender las reformas. Hay que lanzar al país al futuro. Pero ese proceso requiere de enorme talento, de un gabinete uniforme, de sensibilidad y de respeto. También de autoridad, de patriotismo, de visión de largo plazo.

México está avanzando. Va en plena curva. Lo peor que puede hacerse, se sabe, es frenar. Acelerar de más conduce a la volcadura. De ahí que todo depende del talento del conductor.

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