Fernando Vazquez

29/04/2013

El país presenta una doble vía. Por una transcurre a alta velocidad el ritmo de la modernización: reformas de calado hondo, un diagnóstico preciso de necesidades, una nueva comunicación y una operación política eficaz. Ha habido reforma educativa, y se ha declarado la cruzada  contra el hambre: dos temas de profundo impacto para el futuro de la nación.

Pero esta realidad convive con otra: la del rezago, la del México bronco y la de la sombra de la ingobernabilidad.

Hay manchones sociales por toda la geografía nacional. Manchones que advierten: o la democracia, el desarrollo y la cultura de la legalidad llegan a todos los rincones o la transición terminará por descarrilarse.

Ese es el gran reto de nuestros días.

Las autodefensas, el taponamiento de vías de comunicación, la agresión a partidos políticos, la toma de la rectoría de la UNAM, la proliferación de bandas armadas por todo el país: todo apunta a que el otro México, el del rezago, es igual o más poderoso que el de la modernización.

A cada reforma que beneficia a la mayoría se le oponen grupos de gran poder que ven afectados sus intereses.

Hay estados en donde la autoridad se dobla para favorecer a la obstrucción.

Subyace en lo local una realidad diferente, consternante y a menudo amenazante que no convive con lo nacional.

La opacidad, la censura, la incompetencia, el patrimonialismo y el abuso tienen igual vigencia en lo local que la transparencia, la libre expresión, la eficiencia, la rendición de cuentas y el respeto a la ley en lo federal.

La cultura del arreglo oscuro, no del consenso democrático, prevalece como método de gobernabilidad. La división de poderes se desvanece por la abyección o por la vigencia plena de la cultura del cañonazo económico.

Cada vez es más claro que conviven en un mismo territorio esos dos países. Hay quienes claman por la vuelta del hombre fuerte nacional como solución unificadora. La verdad es que el único escenario posible, aceptable, es la democratización amplia de todo el país y la distribución equitativa de oportunidades y de recursos.

Mientras eso no ocurra, no habrá desarrollo pleno ni desarrollo integral que coagule de manera permanente.

Un país no puede existir estando partido. México lo está. No puede continuar así.

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