Fernando Vazquez

16/07/2012

El Dios Saturno, en la mitología romana, come a sus hijos para impedir que le destronen.
Andrés Manuel López Obrador fue uno de los ganadores indiscutibles de los comicios de julio. Sobrepasa los 15 millones de votos. Viene de atrás. Hace la campaña que da mayor rentabilidad electoral. Hunde al PAN en el tercer lugar. Hace ganar a sus candidatos en Morelos y Tabasco. Empuja a su bancada en la cámara baja al segundo sitio.

Pero a veces, en política, no hay nada más peligroso que la victoria. Ahí está López Obrador: no puede admitir su éxito, pero tampoco su derrota.

La gran contribución de las izquierdas fue poner en el centro de la agenda nacional dos temas torales que lastran el desarrollo: la inequidad y la corrupción. El compromiso con sus electores fue combatirlas. Para lograrlo, obtuvieron un mandato masivo: el que les dio el triunfo en 8 entidades. No obstante, el líder de las izquierdas está dispuesto a dilapidar su capital político, a ir al conflicto poselectoral y a desandar el camino del amor que le hizo reducir sus negativos.
La izquierda desfallece de intolerancia y de canibalismo. Intolerancia: la elección es limpia sólo en donde me beneficia. Canibalismo: el deporte preferido de la izquierda es destrozarse a sí misma. Por este camino, en unos meses tendrán que partir, otra vez, de su voto duro. Marcelo Ebrard recibirá –si es que recibe algo- migajas de un esfuerzo que se catapultó sobre los moderados del grupo.

López Obrador fue muy claro con los mexicanos. Dijo no a las reformas, a la apertura del país y a la modernización económica. Se definió y convenció a millones de mexicanos de que era correcto. También dijo que se debía empujar al estado como fuente de igualdad y que había que combatir la corrupción: el gran mal del país. Tiene razón en señalar ambos puntos como torales de la agenda nacional. Pero también se comprometió a respetar el resultado electoral y a no generar un conflicto poselectoral.
Hoy está dispuesto a romper todos sus compromisos. No ha respetado los resultados. Ataca al proceso. Utiliza acusaciones mediáticas. Agrede a quienes no votaron por él: “corruptos”, “masoquistas”, les llama. Sólo quien votó por él es genuinamente libre, alega. Incumpliendo su promesa de civilidad, alejará a los moderados que atrajo. Su bancada se aislará. Su agenda se desvanecerá y, con ella, su influencia.

López Obrador empeñó seis años en engendrar el hijo que parió el día primero para devorarlo el dos.  Así, se convierte en un despilfarrador, en un egoísta, en Saturno.

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