Fernando Vazquez

por Fernando Vázquez Rigada

Se llamaba Héctor Alejandro. Salió, como cada día, de su casa rumbo a la escuela. Seguramente comió con sus padres. Se arregló. Se puso su uniforme: pantalón gris, camisa blanca. Y partió rumbo a la escuela. Acudió con la intención de aprender. Quería encontrar un ambiente que le permitiera estimular su inteligencia.  Pero encontró la muerte. Una muerte cruel e injusta. Una muerte propiciada por sus compañeros y tolerada por la maestra que veía como cuatro le mataban el cerebro al estrellarlo contra la pared.

Le llaman bullying. Acoso. Pero es mucho más: es la violencia, la discriminación, la humillación pública.

Los casos proliferan en México y el mundo. Nos hablan de una descomposición social. Un estudio de Parametría  revela que 8 de cada 10 estudiantes regresan a clases con la amenaza de ser acosados. Según la CNDH cuatro de cada diez niños de primaria o secundaria sufren bullying. De ellos, 3 de cada diez sufren violencia física. El oprobio es tal que muchos niños se suicidan.

Un estudio de Rana Sampson   habla de que el acoso se da por desequilibrios de poder. El fuerte que abusa del débil. El alto contra el bajo. El blanco contra el moreno. Eso sucedió en un caso escalofriante en Tepito, donde una niña indígena tuvo que pagar un sufrimiento terrible por ser mixteca. El acoso es la humillación repetida a quien es débil o diferente.

Otro estudio, éste de Brenda Mendoza González,   alerta que en México el acoso ha llegado a registrar robos, golpes, cobros de derecho de piso, extorsiones. Acosadores con escoltas. Se da, sustenta, por igual en hombres que en mujeres. La dinámica es diferente. El hombre agrede frontalmente. La mujer a través de chismes que vulneran el prestigio.

Se ha llegado hasta aquí por varios motivos.

Primero: las presiones económicas han hecho que para mantener el hogar tienen que trabajar ambos padres. El INEGI registra 34%. 22% de los hogares tienen jefatura femenina. Esto implica que los niños pasan más tiempo solos.

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Segundo: hay una erosión del concepto de autoridad. El maestro ha dejado, tristemente, de tener el rol de autoridad y ejemplo que tuvo durante años. Las escuelas, con mayor frecuencia de lo que creemos, llegan a tener una suerte de autogobierno en los salones.

Tercero: la explosión de las redes y la tecnología le han dado no sólo visibilidad al abuso, sino que ha extendido la humillación. Ésta se hace pública y se propala, además, entre tus conocidos. Se desata el prestigio y se escala la sorna, la vejación, la sevicia.

Cuarto: al niño mexicano lo rodea la violencia. Cada niño mexicano, señala el IBOPE, pasa 4:45 horas en promedio frente al televisor. En las pantallas, de  televisión, de cómputo o de videojuego, irrumpe la violencia todo el tiempo. En los periódicos. En la radio. En el fútbol. Estamos haciendo de la violencia un referente de poder.

Quinto: puede tratarse, también de un ejemplo. La violencia intrafamiliar se ha disparado.

Mis mejores amigos, los que conservo hasta la fecha, los hice en la escuela. Ahí encontré el afecto, la solidaridad, los estímulos que me han hecho lo que soy. No podemos perder a la escuela. Ahí se forma el futuro que seremos.

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