Fernando Vazquez

29/11/2009

El país tiene ante sí el reto colosal de definir si es posible continuar con la unidad nacional rota o buscamos mejores caminos para acometer el futuro.
La República está dividida, quizá irremisiblemente. Las brechas que nos separan son muchas y de diversa índole.
Son políticas, producto de una polarización insuperada. Son ideológicas, porque no hemos entendido que la ideología no da de comer, ni educa, ni nutre, ni cura. Por ello seguimos discutiendo eternamente los comos y nos olvidamos de los para qué. Son educativas, en donde el país continúa formando elites, cada vez más reducidas de personas preparadas, cultas, y mantiene una gran masa sin instrucción o sin una educación de calidad.
La peor brecha, sin embargo, sigue siendo de oportunidades, que se refleja en un incremento alarmante en los índices de pobreza.
Ya se ha comentado que el número de pobres creció en dos años, del 2006 al 2008 en seis millones de personas. La cifra se fue a cerca de 50 millones de mexicanos, sin considerar que hay 12 millones de mexicanos viviendo en Estados Unidos y que eso ha representado una válvula de escape de la miseria.
Cuando se midan los efectos de la crisis del 2009, que se publicarán hasta el 2011 nos encontraremos con la amarga realidad de que en el país serán más quienes carezcan de lo elemental que aquellos que cuentan con empleo u oportunidades para encontrarlo y progresar.
La cifra, según cálculos, podría llegar a 57 millones de pobres. Sólo es necesario recordar que casi un millón de mexicanos perdieron su empleo, que las remesas disminuyeron y que la migración bajó por la recesión de Estados Unidos.
La pobreza desgaja a la República. El país se parte en dos. Está el México de la concentración económica y el México que concentra frustración.
Los multimillonarios mexicanos crecieron de manera exponencial en los últimos tres lustros. Al final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, se registraban 24 supermillonarios que concentraban una riqueza de 44 mil millones de dólares. Hoy existen sólo 10, pero que poseen una fortuna de 88 mil millones de dólares. Esto es: casi el 10% del producto interno bruto. Es decir: hay menos multimillonarios pero con más riqueza.
En el otro extremo, al final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari había alrededor de 55 millones de pobres: habrán pasado quince años y no sólo no habremos sacado a un solo mexicano de la pobreza sino que habremos seguido produciendo más.
Con todo, en el mismo periodo la economía se duplicó, al pasar de 462 mil millones de dólares a 866 mil este año. El PIB per cápita también casi se duplicó. Como el crecimiento demográfico disminuyó, el crecimiento, aún modesto, debería verse reflejado en una disminución de la pobreza. El aumento en el ingreso de cada persona revela que, si existen 50 millones de mexicanos viviendo con menos de 2 dólares diarios, la poca riqueza que se generó se concentró.
El problema del país, entonces, sigue siendo el de concentración de la riqueza, el que tenemos un crecimiento débil y poco constante y, por último, se trata de un crecimiento excluyente.
Mientras que el país ha crecido de manera marginal –sólo en dos años se ha registrado crecimiento acelerado de más del 5%- otras naciones subdesarrolladas han logrado encender poderosos motores de crecimiento.
Chile ha crecido en el mismo periodo al menos en seis años con tasas mayores al 5%. Un año, 2005 creció al 10%. República Dominicana registra once años con tasas superiores al 5%. India e Irlanda 12. Brasil ha registrado cuatro años, pero tres de ellos en último lustro. Los datos demuestran que sí es posible tener crecimiento potente siempre y cuando se tomen las medidas necesarias, prácticas, no ideológicas, para lograrlo.
Además, en el caso de los países mencionados, la política económica ha ido acompañada de una sólida red de protección que ha ido haciendo, paulatinamente, que se reduzca la pobreza.
En México, sin embargo, seguimos sin decidirnos a tomar las decisiones difíciles. Preferimos seguir honrando las tradiciones que pensando como las hacemos efectivas y les damos modernidad. Continuamos alabando las instituciones del pasado pero no hacemos nada por definir si siguen siendo convenientes para un mundo que ha cambiado.
Mientras tanto, hay un país que se parte. Hay una población que desespera. Hay un futuro que se ensombrece

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