Ariculos 2011

14/03/2011

La confrontación entre los grandes poderes fácticos es más que una descarnada lucha empresarial: es una radiografía.

Desde hace años, la apertura económica mal implementada generó en el  país el surgimiento de poderosos enclaves empresariales a los que el  Estado les dio poderes monopólicos. El proceso comenzó con Carlos Salinas de Gortari, cuando, en la fiesta de las privatizaciones, se fomentó el surgimiento de una nueva casta de multimillonarios en el país.

Muy posiblemente, la confección de una nueva elite económica se enmarcaba en una estrategia de poder. Pero la estrategia falló y terminó con una paradoja: el poder que inventó a una generación de súper ricos para perpetuarse, terminó siendo capturado por ellos.

Lo que está en juego en este momento en la guerra de las telecomunicaciones entre Telmex, Televisa y TV Azteca es, precisamente, eso: la perpetuación no del poder político, sino de la preeminencia monopólica sobre bienes públicos.

Los tres grupos empresariales encuentran su origen en el poder político: Televisa se creó bajó los auspicios de Miguel Alemán Valdés, quien terminó siendo socio de la empresa. Telmex y Azteca se privatizaron con Carlos Salinas. Las tres empresas controlan más del 87% de los mercados de telefonía y televisión y una buena porción del  espacio radioeléctrico. Según la revista Forbes, se enfrentan tres familias que controlan 8.5% del PIB nacional.

La lucha no es por competir, aunque eso se diga, sino por lo contrario: es por impedir que se compita. Telmex pretende entrar en el reino de las televisoras y las televisoras en la telefonía. Pero no pueden. Sus intereses lo impiden, aún a costa de los beneficios que esto traería para los consumidores, es decir, para los mexicanos, pero también para la competitividad del país.

El poder de estos grupos empresariales es tal que han logrado vulnerar la capacidad del Estado para gobernar. Extienden su influencia más allá de los campos evidentes de su actuar empresarial. Carlos Slim controla más del 40% del índice de cotizaciones de la Bolsa Mexicana de Valores. Televisa y Azteca acaparan el 90% de la audiencia televisiva.

Por eso, en medio de esta confrontación, lo que surge es la radiografía descarnada del poder público ausente. El espacio radioeléctrico es propiedad de la nación, aunque concesionado para su explotación a particulares. Esta es una disputa privada para controlar ad perpetuam los bienes públicos. ¿Y el Estado, en donde está? No aparece por ninguna parte. Nadie se atreve a inmiscuirse en esta lucha de gigantes a riesgo de terminar triturado.

No hay nadie en la clase política nacional que se atreva a abrir la competencia no para generar oligopolios, sino incentivando el  surgimiento de nuevos actores. No hay políticas públicas que  incorporen más pivotes de riqueza. No hay capacidad de desmantelar los monopolios que ahogan ya no sólo el desarrollo, sino al Estado Mexicano.

La valentía del Jefe del Estado Mexicano, tan exaltada en los últimos cinco años como valor supremo, aparece ahora pequeña, desdibujada, ausente. La imagen que vemos no deja lugar a dudas: el poder real, no el legal, se encuentra allende Los Pinos.

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