Ariculos 2011

07/11/2011

Este fin de semana concluyó el proceso de auscultación a la opinión pública que definirá la candidatura presidencial de las izquierdas mexicanas. Esta definición tiene gran trascendencia para el país. Desde 1988, una porción importante del establishment mexicano ha pugnado por generar un bipartidismo similar al norteamericano, en donde PRI y PAN representen a los partidos Demócrata y Republicano: sólidos pilares partidarios que aglutinan a una gran parte del electorado sin poner en riesgo los intereses creados a partir de un arreglo de poder.

Pero ese diseño no ha tenido, ni tendrá, eco en la realidad nacional. Al menos en dos ocasiones, en las elecciones de 1988 y 2006, las izquierdas demostraron tener anclaje en la sociedad y una propuesta efectiva para gobernar al país.

Articular una candidatura competitiva de las izquierdas para el año entrante es vital para dotar a la política mexicana de una agenda más progresista y solidaria de lo que hemos tenido hasta ahora. Es vital, pero no es sencillo.

La potencia electoral de las izquierdas se ha esfumado en un acabado ejercicio de suicidio político. Como resultado del abuso electoral del año 2006, una buena parte de sus dirigentes se radicalizó. Su capital electoral y político, representando básicamente en dos influyentes bancadas legislativas, se dilapidó, sin lograr influir en la agenda legislativa del país.

Gran parte de sus dirigentes han olvidado la máxima de Jefferson: el mundo pertenece a los vivos, lo que significa que no es posible actuar secuestrado por la ideología y la herencia histórica. El dogmatismo de las izquierdas las ha alejado de las expresiones más modernas de gobernabilidad, progreso y construcción de equidad.

Se llega al momento definitorio de la candidatura presidencial en franca retirada. El PRD habrá  perdido el próximo domingo la mitad de los territorios que gobernaba: Bajacalifornia Sur, Zacatecas y el simbólico Michoacán. Chiapas lo perdió por la defección de su gobernador. Sólo le quedarán, como bases de poder, el Distrito Federal, Guerrero y Oaxaca. Sus facciones están confrontadas. Sus aliados han perdido penetración en dos de sus centros de influencia: Durango y Veracruz. Desde este escenario desolador tendrán que construir una plataforma electoral que les permita retomar la competitividad, resultar atractivos a las clases medias y altas y penetrar el norte del país y el bajío.

El método de la encuesta parece, en principio, haber logrado lo imposible: evitar la implosión. No es, con todo una panacea. Puede haber sorpresas desagradables. Todas las mediciones actuales indican lo siguiente: López Obrador arrasa en los núcleos duros del PRD. Marcelo Ebrard es más atractivo a los independientes, es menos conocido y tiene muchos menos negativos. El tema, entonces, será cómo se analizan los resultados de la encuesta. Si la elección fuera hoy, López Obrador tendría ligeramente más votos que Ebrard. El problema es que la elección no es hoy y habrá que hacer la interpretación de quien puede crecer más en campaña.

Con todo, el horizonte parecería perfilar un acuerdo político. Las señales indican que López Obrador será el candidato y posiblemente Marcelo Ebrard será mano en la designación de candidato a Jefe de Gobierno del Df y posiblemente encabezará la fórmula de senadores.

Si esto no cambia, el reto de las izquierdas será, primero, salvar la canibalización interna. Segundo, hacer un gran trabajo de comunicación para convencer que López Obrador, Dante Delgado, Alejandro Encinas, Porfirio Muñoz Ledo,  Gerardo Fernández Noroña y compañía han entendido la lección de que el electorado desea moderación, sensatez, apertura, tolerancia, libre mercado y estabilidad. Tercero, habrá que hacer un ejercicio político para aprovechar la experiencia, el talento y la madurez de su mejor cuadro para ser presidente: Marcelo Ebrard. Cuarto: las izquierdas tendrán que articular una estrategia objetiva que les permita descarrilar al PAN y convertir la elección en una gran contienda nacional contra el regreso del PRI.

Las izquierdas están en un dilema central. Tienen un cúmulo de retos inmensos enfrente y no tienen instrumentos para resolverlos. Peor: no tienen la voluntad de hacerlo. Veremos si tienen el suficiente pragmatismo para solventar sus diferendos o si, por el contrario, insisten en librar luchas despiadadas por su agenda ideológica mientras las derechas continúan gobernando a México.

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