10/01/2010
Ha comenzado un año que podría ser definitorio para la historia nacional. Puede serlo en sentidos opuestos.
2010 es un año simbólico, en donde podemos utilizar lo mejor de nuestras capacidades para construir un gran consenso nacional que nos permita destrabar los nudos que atenazan nuestro desarrollo económico, social y político. Pero también 2010 es un año grave en lo económico, confrontativo en lo político, preocupante en lo social.
Puede ser un parteaguas. ¿Lo será para construir o para derrumbar?
Todos los indicadores nos hablan de la profundidad y gravedad de la crisis. Pese al optimismo desenfrenado del discurso oficial, lo cierto es que la onda expansiva del desplome económico está en su apogeo golpeando la vida de millones de mexicanos. En términos económicos, estrictamente macro y técnicos, la recesión terminó. Pero esa conclusión no hace que finalice la penuria social.
La caída del 7.3% del PIB estuvo acompañada por una pérdida generalizada de empleo y también de poder adquisitivo de los salarios. La contracción en la economía estadounidense hizo que se perdieran más de 5 mil millones de dólares en remesas, es decir: más de 65 mil millones de pesos que llegan a las familias más humildes.
Contra la cifra triunfalista de que se registró la inflación más baja de la historia se oponen, simultáneas, la realidad y un profundo debate económico.
En primer lugar, si se desglosan las cifras se verá que los puntos más sensibles de la economía no registraron esos niveles de inflación sino otros mucho mayores. Fue el caso de alimentos, transportes, medicinas, etc. Productos como el arroz y el azúcar se incrementaron más de 50%. El jitomate y el frijol, más de 25%. El año se estrena con un incremento generalizado de precios, tanto en combustibles como en gas y electricidad. Como los salarios se atan a las cifras de la inflación general y no de los aspectos más vulnerables para la sociedad, entonces su deterioro se ha convertido en una máxima prioridad nacional.
Pero en segundo lugar, el registro de la inflación revela la ortodoxia absurda de un modelo económico que privilegia el control de la inflación sobre el crecimiento. Cuando Guillermo Ortiz se negó a bajar las tasas de interés para estimular a la economía y frenar la caída, estaba actuando para controlar la inflación. Ese desacuerdo en la política económica llevó a tener una inflación baja y un desastre en cuanto a crecimiento.
Mientras no resolvamos emprender las reformas que nos permitan crecer, y que esas modificaciones estén acompañadas de nuevas políticas para incluir a los mexicanos menos favorecidos en el desarrollo, seguiremos incubando una economía perversa, fría, sin rostro humano. Lo que urge en México es replantear a la economía, poniendo al ser humano en el centro de la misma.
Las grandes presiones económicas se verán en una incapacidad de generar empleos (nuevamente). Es muy improbable que el crecimiento sea de 3.5% como anunció el Banco de México. Es más realista estimar un crecimiento de entre el 2 y el 2.5%. Eso significará que se crearán alrededor de sólo 250 mil empleos. Es decir, tendremos un déficit de 750 mil plazas este año más los 700 mil empleos que se esfumaron el año pasado. Así, en dos años, tendremos un faltante de 2.5 millones de empleos: 1 millón que debieron generarse en 2009 y no se lograron; 700 mil que se perdieron y 750 mil que faltarán este año.
Por otra parte, habrá una presión generalizada sobre los precios de los alimentos. China y la India continúan su crecimiento asombroso, lo que implica que estén demandando cantidades enormes de alimentos que antes no consumían. La severidad del invierno y la paulatina reactivación económica mundial harán que suban los precios del petróleo y eso encarecerá los costos de distribución.
Así, la economía no crecerá lo suficiente, no tendremos generación de empleo y la carrera alcista de los alimentos continuará. Las reformas económicas no avanzarán sino hasta el segundo semestre, porque la renovación de Gobernadores en 12 estados no da incentivos para que la clase política arriesgue su capital.
Pero 2010 puede ser, precisamente por la gravedad de la crisis y por los simbolismos que entraña, una oportunidad para formular una agenda coherente de cambios. No se puede empezar, como se mencionó, con lo económico, pero se puede hacer una cirugía mayor al sistema político. Se puede avanzar en el fortalecimiento de las reglas antimonopolios. Se puede reformular el combate al crimen y preparar para el segundo semestre la gran reforma económica.
Ojalá que así sea