03/12/2012
Enrique Peña Nieto logró, en 48 horas, uno de los objetivos centrales de cualquier organización entrante: generó una percepción de cambio, de liderazgo y de sentido de misión.
Peña reiteró que es un político frío y sensible a la crítica, al menos por ahora. Recuperó la simbología del poder; guiñó a sus adversarios, desinfló a otros; marcó prioridades, se deslindó de pretendidas herencias.
El primer acto fue el nombramiento de su gabinete: el equipo marca siempre al gobernante. El hombre equilibrado y con ambición nombra a los mejores. No teme a las sombras: hay prestigios que prestigian. El gabinete entrante crece ante la pequeñez inaudita del saliente. Es una mezcla de operadores con técnicos; se privilegia la experiencia: hay 6 exgobernadores, la mayoría de secretarios cuenta con experiencia legislativa, y dos ocuparon ya cargos ministeriales. Pero hay también técnicos que impulsarán, plausiblemente, la modernización económica del país.
El segundo acto fue la toma de protesta y el mensaje a la nación. Primero los simbolismos. Se realiza en Palacio, significando el fin del auditorio como escenario de la política como espectáculo. Se asegura la presencia de Josefina Vázquez Mota. Se sienta junto a Carlos Slim y a Emilio Azcárraga. Se nombra a Emilio Chuayffett secretario de Educación y se da un asiento segundón a Elba Esther Gordillo. Se prescinde de vestir de militar para asumirse Jefe de las Fuerzas Armadas. Se recupera el mensaje como forma de comunicación política.
Ahora el mensaje. El presidente fue condescendiente en la palabra pero demoledor en los significados. Saluda a Josefina Vázquez Mota, reaparecida tras una ausencia larga y reveladora. Ordena el desistimiento de la controversia por la ley de víctimas. Afirma que es momento que el estado recupere la rectoría educativa. Todas las palabras rompen con el pasado. Enfatiza la prevención del delito, la recuperación de los espacios públicos y la restitución del tejido social como ejes de la nueva política anticrimen. A su cabeza nombra a un hombre de izquierda. Roba el instrumento de las izquierdas (el código penal único) para combatir el crimen.
Pero Peña no olvida mandar un mensaje a su propia casa: frenará el endeudamiento estatal y el abuso en la utilización de los recursos públicos a través de una reforma constitucional. Los derrochadores aplauden.
Las decisiones que anuncia Peña son, en sí mismas, respuestas a problemas acumulados por un poder omiso o capturado. Se cerrarán los monopolios, pero se abrirá la competencia. Se atenderá el hambre como una prioridad moral de la nación. La decisión más importante y aplaudida de todas, es cuando anuncia su decisión de liberar a la educación de la mafia que la ha secuestrado. La ovación que acompaña al anuncio habla por sí misma.
El tercer acto es el hilvanado de un acuerdo político para que las decisiones anunciadas cuajen. Se negocia con las dirigencias partidarias. En el flanco izquierdo, eso aísla a los duros de López Obrador y acerca los votos necesarios para algunas reformas. Por el flanco derecho, le da oxígeno a Gustavo Madero y al PAN más tradicional. La voluntad de pactar es una buena noticia.
48 horas no marcan una tendencia, pero alertan. Ha habido un cambio de poder en México: no sólo un cambio de presidente. Si la forma es fondo, el cambio será mayúsculo.
Ahí están los simbolismos y el mensaje. No bastan. Faltan las acciones. Falta la probidad al lado de la eficiencia. Los presidentes príistas han sido buenos velocistas pero malos fondistas. Algunos han sido buenos políticos pero muy malos administradores. Otros han llevado al país a la peor bancarrota que existe: la moral. Urgen buenos resultados para las buenas intenciones. Es bueno ver una nueva cara del PRI. Ojalá que haya también nuevo corazón, músculo, oxígeno.
No, 48 horas no definen un sexenio. Pero sí han traído buenas noticias.