FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
La crítica al poder, descarnada, desafiante, agoniza.
Se fue Leñero. Se fue Scherer. Ahora se va Aristegui. El espacio que sacudió las estructuras del poder público está, diría Sabina, cerrado por derribo.
Con todos sus defectos –que los tienen-; con todo su protagonismo –que no los abandona-, México no sería lo que es sin Proceso. Sin el espacio reciente de Aristegui.
La edición primera de Proceso, aparecida con Luis Echeverría aún en el poder, era más que una novedad editorial: era un grito de rebeldía. El poder –igual que ahora a Aristegui- había echado a la calle a un grupo notable de periodistas e intelectuales, tras dar un golpe en Excélsior.
Scherer y su grupo se fueron porque eran incómodos al poder. Porque en el México de los setentas no había cabida para la crítica. Para la investigación. Para el hallazgo.
Hoy es Carmen Aristegui. Se va por razones idénticas. Hubo errores, cierto, en su forma de conducir el tema de Mexi-Leaks, pero la reacción de la empresa parece apuntar a que se dio el paso en falso que se esperaba para despedirla. El mensaje, no para Carmen, sino para la sociedad, no pudo ser más siniestro. Antes que ella, debían irse los reporteros que habían destapado el escándalo de la Casa Blanca.
Así es México. En lugar del Premio Nacional del Periodismo, el despido.
Se va Aristegui porque no hemos terminado de entender en México que los medios son un poder y que, como tales, deben ser regulados. No por el capricho, sino por la ley. No por el embute, sino por la transparencia. No por otro poder, sino por la sociedad.
El inicio de una descomposición política comienza cuando se pretende acallar, al costo que sea, a quienes alzan su voz crítica.
Es el reflejo desmoralizante de una sociedad moderna con un gobierno premoderno. De ciudadanos críticos e informados con empresas mediáticas que buscan adormecer.
Tenemos un establishment cuya forma de concebir el poder es apostando al deterioro, a la repetición ad nauseam del ciclo abuso/protesta/olvido.
Igual que contra Excélsior, la duda envuelve a la operación escoba. Igual que en Excélsior, el puño que golpea es de un esquirol. Igual que en Excélsior, se prostituirán los espacios del medio para complacer al cliente y esperar su paga.
A diferencia de Excélsior, México es otro. Y nosotros también.
El ataque que atestiguamos no es contra Aristegui: es contra todos nosotros. Contra la libertad de expresarnos. Contra el derecho a informarnos. Contra la posibilidad de saber y, por tanto, de pensar.
La víctima que cuesta más trabajo, confiesan los sicarios, es la primera. Los demás son rutina pavorosa.
El gran hermano está de vuelta. Los mejores están en la calle. Veremos por cuanto tiempo y qué precio tendremos que pagar para que vuelvan.
@fvazquezrig