Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada

 

Llegó el momento de desenterrar el espejo y vernos en él. Sin paliativos. Con objetividad y, por tanto, con vergüenza.

 

¿Qué hemos hecho de este país?

 

Un territorio de crimen, de dolor, de ausencias.

 

Una vastedad empobrecida, hambrienta e ignorante.

 

Un sitio con una cultura milenaria, sin futuro.

 

Echar un vistazo a los diarios de estos años no es una radiografía: es una autopsia.

 

Las cifras ahí están: duras, lamentables, ignoradas: se comete un crimen cada 2 minutos en el país de los abrazos. Cada 25 minutos se ejecuta a una persona. Cada media hora se viola a una mujer.

 

Una niña, un niño, desaparece cada 5 horas.

 

Nuestra conciencia no se inmuta ya ante esta dictadura de la locura y el abuso. Nada sentimos que dos sacerdotes y un guía de turistas hayan sido ejecutados, por estar vinculados a un equipo de béisbol que ganó un juego.

 

Nada sucede que Debanhi haya estado viva quizá nueve días después de desaparecida y que las autoridades no solo fueron inútiles: mintieron. Estaba, afirman, en una zona que controla una red de trata. ¿Quiénes son los clientes? ¿Quiénes son dueños de esas fincas? ¿Quiénes obligan al estado a encubrir?

 

Cambiamos la página ante el drama de Luz Raquel, condenada por un vecino por mojarle un perro:

 

-Te va a Morir Lus (sic). Te voy a quemar viva—escribió el matador en las escaleras del condominio. Sentencia que ejecutó sin que ninguna autoridad, vecino, amigo, lo impidiera.

 

Eric Andrade, pasante de medicina, fue asesinado por sus pacientes en Durango. Sus compañeros relatan sus historias. Enfermos que les dicen: “Si no mejoro, vengo por ti”.

 

El rencor se atiza cada día, sin que nadie advierta que en esa división, en la perversidad de partir en bandos a México, estamos perdiendo el alma.

 

Permitimos que se entregara a cientos de miles a una muerte segura de COVID: abandonados: no usen cubrebocas, abrácense, salgan. Prohibido importar vacunas.

 

1 compatriota se va del país cada minuto: por pobreza, por miedo, por desespero. ¿Y?

 

No hay que auto engañarnos. Hay una responsabilidad colectiva en este fracaso rotundo y lamentable. Hemos perdido la capacidad de indignarnos.

 

Caímos en la dictadura peor: la de la conformidad.

 

En el Tajín, ciudad Totonaca en Veracruz, los pobladores enterraban espejos para guiar a los muertos en su viaje al inframundo.

 

Hay que desenterrarlos y ver en lo que nos hemos convertido. El inframundo es este.

 

Los muertos aún no somos nosotros.

 

O a lo mejor sí. Y no nos hemos dado cuenta.

 

@fvazquezrig

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