Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada

 

En los próximos días México apuesta la vida. Veremos si se respeta al que gana.

 

En política se vale casi todo, menos algo: ser ingenuo. El INE es la democracia. Destruirlo es destruir también a la democracia. Eso quiere Morena y eso pretende López Obrador.

 

Si asumimos nuestro papel de ciudadanos libres, dignos y valientes, fracasarán.

 

No hay duda: quienes defendemos a la democracia y al Instituto somos una mayoría aplastante. El INE es una de las instituciones más apreciadas del país. Según México Elige, las y los mexicanos confiamos más en el INE que en la Iglesia, la SCJN o la Guardia Nacional. Y más que la Presidencia de la República, con todo y la aprobación de YSQ.

 

La democracia mexicana se explica a partir de que en 1996 nace el IFE, integrado por ciudadanos y se independiza del gobierno. Esto se logró mediante una negociación con todos los partidos políticos, incluido el PRD que, ese año presidía (¡¡oh, sorpresas te da la vida¡¡) Andrés Manuel López Obrador.

 

El IFE organizó 18 elecciones federales en 23 años. El INE, en 7, alrededor de 250.

 

Bajo su tutela, ojo, el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997 y la Jefatura de la Ciudad de México.

 

De ahí, se han dado tres alternancias en la presidencia. En 1995, sólo 4 estados estaban gobernados por la oposición: Baja California, Guanajuato, Chihuahua y Jalisco. Hoy sólo 3 estados —Estado de México, Hidalgo y Coahuila— no han conocido alternancia. 1.5 millones de ciudadanas y ciudadanos mexicanos participaron como funcionarios de casilla el año pasado, en la elección más grande de la historia.

 

En esa elección, por cierto, se eligieron 15 gubernaturas, de las que Morena ganó 11, el PAN 2 y MC y el PVEM (sic) una cada uno.

 

Parece que la democracia goza de cabal salud.

 

El país, no.

 

México registra la más alta inflación, el más bajo crecimiento, la peor caída en el empleo, la mayor violencia. También la más dramática crisis de salud de la historia moderna.

 

Ante este estado lamentable del país, Morena ha decidido degollar al INE.

 

Con ello el presidente demuestra algo: ha perdido ya cualquier conexión con la realidad. En sus prioridades no está atender la necesidad ni aliviar el sufrimiento de millones de personas.

 

Está perpetuar su poder.

 

Tiene un obstáculo: la gente libre ya no vota por él. Las oposiciones superaron en 1 millón 902 mil votos a Morena y aliados en la elección del año pasado. En la revocación, 78 millones dijimos no.

 

Pero López Obrador es un mal perdedor. Es, además, un apostador político: dobla su apuesta.

 

Sabe que, con un Instituto independiente, su partido está perdido. Y su camarilla también.

 

Jugador de barrio, agrede al árbitro. Ahora ya no se conforma con eso: él quiere ser el árbitro. No lo va a lograr, y lo sabe. Carece de los votos necesarios en ambas cámaras.

 

¿Por qué lo hace?

 

Porque quiere exacerbar a su base. Sus fracasos recientes desnudan su flaqueza.

 

A ellos siguió la más grotesca campaña de difamación y acoso a opositores: los llamó traidores a la patria, a quienes sus hordas amenazan con paredones virtuales.

 

En ese ambiente se enfila a su siguiente derrota. Y aquí viene lo grave.

 

El diseño de esta escalada puede estar pensado para generar la narrativa de que los traidores le impiden transformar al país. Que igual que al presidente Madero un grupúsculo rapaz lo sabotea. Que en el Congreso se enquistan parásitos que carcomen su proyecto.

 

Esta coyuntura se asemeja peligrosamente al de la Venezuela de Chávez: cuando perdió el congreso, se apoderó del poder judicial y convocó a una ilegal asamblea constituyente que disolvió la democracia.

 

Ese es el riesgo y es un peligro mayúsculo.

 

El antídoto es activar el poder ciudadano y defender al INE, a la democracia y a la libertad.

 

Apoyar a los opositores. Presionar a Morena. Subir el tono. Tomar calle. Recurrir a la desobediencia civil.

 

Perder el miedo.

 

Que midan, desde ahora, lo que van a provocar si lo intentan.

 

Morena dice que la democracia es muy cara. Se equivocan: la democracia más cara es la que se pierde.

 

@fvazquezrig

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