Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada

 

Llegó el momento de la sociedad civil. Es ahora o nunca.

 

Queda claro que la degradación de la política avanza incontenible. Comienza por el lenguaje. Por la pérdida de calidad. Por la dictadura de los ignorantes.

 

Termina por convertirse en circo, en penoso espectáculo de carpa donde los protagonistas luchan por ser más agresivos, más léperos. El parlamento ya no vibra por las confrontaciones en tribuna sino por la ocurrencia, el disfraz, la banalidad.

 

En uno de los momentos más críticos de la nación, la política se afana en la supresión de las ideas.

 

Los partidos no representan las angustias ni las necesidades de las personas. Sirven a sus clientelas. El proyecto de nación oficial no se enriquece con autocrítica ni menos con apertura. Pero a éste no se confronta con un sólido proyecto alterno. Eso explica, en parte, la aprobación del presidente (no de su gobierno ni sus resultados) pese al desastre nacional.

 

La solución no vendrá, entonces, del sistema político. Vendrá de la sociedad.

 

No será una novedad en México. El signo del cambio ha sido por la fuerza de la sociedad. Así fue en 1968, en 1985, 1986, 1977 y la alternancia del 2000.

 

A partir de ahí, los recambios han sido constantes, con alternancias en todos los niveles y hacia todos los signos.

 

Ya no es suficiente.

 

México es un país con muchos habitantes, pero pocos ciudadanos.

 

En nosotros estará salvar al país o dejarlo caer en la anarquía. Convertirnos en ciudadanos de alta intensidad es un derecho, pero en estos tiempos es no sólo un deber: es una urgencia.

 

La clase política deberá sentir la presión social cotidiana y permanente para responder al interés público. En algún punto, pronto, los partidos deberán verse forzados a abrir las puertas de participación a ciudadanos.

 

La política en México necesita una diálisis: inyectar a su cuerpo sangre nueva, y esa deberá provenir de afuera: del sector privado y el social.

 

La degradación de la política ha hecho muy costoso que los mejores profesionistas y talentos, empresarios, artistas, científicos, se involucren en la cosa pública. Es entendible.  El desprestigio es tan grande que, entrar a la política, implica un costo alto.

 

Habrá que pagarlo.

 

La política en México ha perdido brillo. Habrá que recordar, sin embargo, que siempre habrá algo peor que la mala política: la política desaparecida. Cuando esto ocurre, a los votos los suplen las balas.

 

En esas andamos.

 

Llegó el momento de actuar.

 

 

@fvazquezrig

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