Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada

 

 

Se llamaba Mariana. Tenía 24 años. Había cumplido su sueño: recibirse como cirujana en la Universidad Autónoma de Chiapas.

 

Hacía su servicio social en el hospital de Ocosingo. Ahí comenzó su infierno. Un compañero médico le comenzó a acosar. Mariana alertó a las autoridades del hospital y la Universidad. Le respondieron que no harían nada hasta que le pasara algo.

 

Ese algo pasó en octubre, cuando fue abusada sexualmente. Interpuso denuncia. Nada.

 

Hace días fue encontrada muerta. Colgada del techo de su habitación.

 

Su cuerpo fue cremado de inmediato, sin autorización de su familia.

 

Es una historia de sevicia; de abuso, de indolencia.

 

Es, tristemente, una historia común.

 

El horror acompaña a las mujeres en este país.

 

10 mueren cada día. 3 por causa de género.

 

La pandemia ha disparado la violencia en el hogar. El drama de cohabitar con el victimario es brutal:  en marzo, apenas comenzado el confinamiento, 87 mujeres llamaron cada hora para pedir auxilio.

 

Hay una cultura de agresión y de discriminación. Eso explica los niveles de violencia y de aislamiento. La injusticia en ingresos. La imposibilidad de ascender en el status social.

 

La cultura encaja en una visión de profundo desprecio de las autoridades. Por eso la nominación de Salgado Macedonio, acusado de violación, es una afrenta a todas las mujeres y hombres que creemos genuinamente en la equidad y en el respeto.

 

Hay una incongruencia brutal en la negación explícita del drama que sufren las mujeres por parte del gobierno y el encarcelamiento de Mario Marín. Marín merece ser castigado, pero la justicia que no es pareja deja de ser justicia.

 

Mireles vivió con cargo hasta el último de sus días pese a sus dichos misóginos. Héctor Alonso, diputado de Morena en Puebla, sigue en su cargo después de recomendar que las mujeres deben pensar antes de abrir las piernas.

 

Cambiar una cultura no es fácil. Requiere de un gran acuerdo nacional. Comienza por hacer que las niñas y jóvenes permanezcan en la escuela. Fundar escuelas para padres. Tener leyes que promuevan la equidad. Instituciones que garanticen la protección. Políticas privadas corporativas para impulsar el aprovechamiento del talento femenino en términos de igualdad.

 

Y, por supuesto, castigar ejemplarmente a responsables de los actos de violencia y a los promotores de impunidad.

 

El horror que sufren millones de mujeres debe parar.

 

Y debe hacerlo ya.

 

No podemos soportar más Marianas en nuestra cuenta moral.

 

@fvazquezrig

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