Fernando Vazquez Rigada

Por Fernando Vázquez Rigada

 

El PRI se dirige rumbo a su XXII asamblea. Una que será definitoria. Decisiva.

Una que, por lo mismo, puede ser fundacional.

O sepulturera.

Según las dos encuestas más recientes, publicadas este fin de semana, de Mitofsky y Reforma, si hoy fuera la elección del 2018, el PRI quedaría en tercer lugar con alrededor de 18 puntos porcentuales.

Pero la elección no es hoy.

El voto duro priísta sigue siendo el más grande del país: alrededor de 9 millones de votos.

Lección central para su estrategia del 2018: el voto duro del PRI es condición necesaria, no suficiente, para ganar.

El PRI debe entender con claridad que no tiene ninguna posibilidad de triunfo solo con su voto duro, pero tampoco sin él.

El PRI necesita dos cosas, que se resumen en una: recuperar prestigio y un candidato competitivo.

Como no hay tiempo de reconstruir el prestigio, se tendrá que recurrir a buscar a un candidato que le encienda un motor de crecimiento del que hoy carece y que brinde credibilidad a una reconstitución ética de los gobiernos priístas.

Para lograrlo, tienen que recurrir a su historia misma: pactar para abrirse. Tal como lo hicieron Calles, Cárdenas o Alemán.

Las corrientes que pugnan por imponer más candados para hallar competitividad no son estrategas: son kamikazes.

Los candados le fueron impuestos a Ernesto Zedillo para recuperar, supuestamente, la pureza y la sensibilidad política priísta. Se mantuvieron hasta principios de este sexenio. Esa fórmula funcionó en el mediano plazo, pero fue desastrosa en el largo.

Por los candados llegaron al poder quienes hoy exhiben el peor rostro del PRI: los Duarte, Borge, Medina, Yarrington, Vallejo y un vergonzoso etcétera. Ellos y sus creadores son los representantes del priísmo bajo llave: el de los candados, el de los gobernadores todopoderosos, los de la plenitud del pinche poder, los jóvenes políticos de microondas que fueron buenos candidatos y gobernadores de escándalo.

A ese PRI hay corrientes que quieren volver. La encabezan personajes ilustres como Ulises Ruiz quien, con todo y candados, con todo y su experiencia, con todas las reglas a su favor que hoy quiere imponer, perdió su sucesión en Oaxaca.

Optar por cerrarse no conducirá a la derrota del PRI en el 2018 sino a su desaparición.

La crisis de prestigio y credibilidad puede ser terminal si no se ataja. Y pensar que la solución es resolverla entre los mismos de siempre es una aproximación a un pensamiento nihilista: acabemos con todo, incluidos nosotros mismos.

Es un espejismo cubano o venezolano: la forma de resolver la crisis es radicalizando todo aquello que hemos hecho mal.

Las opciones para el PRI son dos: cerrarse, mandar a un impresentable como candidato y arrastrar a la derrota a los candidatos a gobernadores, lo que implicaría perder Jalisco y Yucatán y quedarse con menos gobernadores que el PAN.

O pueden optar por construir un consenso que mantenga la unidad y buscar un candidato y un equipo de campaña ciudadanos cuyo prestigio prestigie. Hurgar entre funcionarios con conocimiento y honradez, que los hay. Alguien que pueda usar como piso esos 18 puntos y no como techo.

Alguien que contagie credibilidad. Alguien que invite a creer a los ciudadanos que la decencia y la certidumbre pueden gobernar.

En política, contrario al dicho, es mejor no ser conocido a ser mal conocido.

Si la apertura avanza en la XXII asamblea, aún la competencia electoral es incierta para el priísmo. Lo que es absolutamente claro es lo que ocurrirá si la asamblea cierra las puertas a la renovación o, peor, estalla.

El PRI definirá el día 12 su destino. Ni más ni menos.

@fvazquezrig

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