Fernando Vazquez Rigada

Por Fernando Vázquez Rigada

 

Hay mucho en juego con la elección de Estados Unidos. Ahí se origina la democracia. Se pone en funcionamiento un complejo mecanismo de pesos y contrapesos. Se acoge de manera decidida a la libertad.

Estados Unidos se nutre de la experimentación institucional, de la religión y de la apertura. La conformación política del país permitió durante años recibir a millones de personas que iban tras el sueño americano: la posibilidad de ascender socialmente si se trabajaba duro y se respetaba la ley.

De las migraciones, el país aprendió a convivir, a fundir las culturas y a desarrollarse. Digamos: aprendió a aprender.

Siempre hubo tensiones entre la apertura y el conservadurismo. En ocasiones no menores. El país se confrontó brutalmente en una sangrienta guerra civil por la incapacidad de dar solución política a un conflicto económico y humano: la esclavitud.

Triunfó el progresismo y la idea de que la constitución podía dar cauce pacífico a las más enconadas diferencias.

Todo eso está en juego. La confrontación de dos arquetipos de lo que es, hacia adentro, Estados Unidos.

Por un lado una visión abierta, plural, respetuosa que impulsa lo mejor del país.

No es menor el simbolismo de que esta lucha la encabece una mujer, Hillary Clinton. Tampoco que ella sucesora del primer presidente afroamericano.

Pugnan por la libertad a través de un partido que ha traído beneficios enormes al país. Los demócratas sacaron a Estados Unidos de su primera bancarrota después del crack de 1929. Impulsaron el new deal. Lideraron la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Impulsaron la integración racial. Idearon La Gran Sociedad que tendió poderosas leyes de protección social. Aprobaron los derechos civiles. Crearon la política del Buen Vecino.

Barack Obama ha sido un gran presidente. Rescató a la economía. Ha generado 14 millones de empleos. Reformó el sistema de salud. Recobró el prestigio internacional de Estados Unidos. Retiró a las tropas de Irak. Deshieló la relación con Cuba. Impulsó una reforma migratoria parcial.

No es suficiente. Hillary puede perder.

Puede hacerlo en manos de un retrógrada. Un hombre que pretende gobernar solo y peor: hacerlo por el retrovisor.

Trump ha propuesto claramente lo que hará si llega a ser presidente: irá contra los musulmanes. Saldrá de la OTAN. Expulsará a los migrantes hispanos, particularmente los mexicanos. Cancelará el TLC. Construirá un muro en la forntera sur.

¿Increíble?

No tanto. Despedazó a sus opositores internos que no eran pocos ni menores.

Está solo arriba, pero repleto de apoyo abajo. Si ningún líder importante republicano fue a la Convención, no importa: las bases del partido están con él.

Trump no le habla a las elites. Le habla a los perdedores. De la globalización. De la apertura. De la economía del conocimiento. Al americano medio, poco instruído, que era obrero y su industria se ha ido. Al que ha visto cómo se erosiona su poder adquisitivo. Al que teme al que es diferente. Al que sospecha del que tiene otro color de piel.

Trump tiene una coalición ganadora poderosa. Igual que la tuvo Adolfo Hitler. O Lenin. O Castro. O Franco. O Perón.

Trump puede ganar. Con histeria. Con twitazos. Con mucho adjetivo y pocas ideas, sí, pero puede ganar.

No es menos inconcebible su triunfo que el del Brexit. Que el resurgimiento del terror.  Que la primavera árabe.

El mundo está atestiguando eventos increíbles. Este es el tiempo de lo increíble que avasalla a la incredulidad.

Pero un triunfo de Trump sería catastrófico para el mundo y, muy particularmente, para México.

Trump no solo reordenaría la escena internacional con un neoaislacionismo asentado en un creciente poder militar. Tendría la capacidad de desmantelar buena parte del conglomerado de comercio internacional. Inflamaría el choque de civilizaciones que advertía Huntington. Partiría a la mayor potencia mundial con un discurso polarizante y maniqueo. Y embistiría a las minorías, a la migración, a las disidencias.

Estados Unidos dejaría de ser lo que ha sido.

Hay que creerle a Trump, porque lo más peligroso en política es la incredulidad.

Hitler dijo con precisión lo que haría de llegar al poder. La amplia historiografía del periodo prueba que ganó las elecciones porque nadie creería que cumpliría su palabra.

Y cumplió.

Fatal, trágicamente, cumplió.

Hasta la última coma de «Mi lucha». Sí: cumplió.

 

@fvazquezrig

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