Fernando Vazquez

24/09/2012

El PRI se juega mucho en su postura sobre la reforma laboral. Parte importante de su empuje electoral lo basó en la oferta de mejorar las condiciones económicas de la población y de modernizar al país. Llegó el momento de cumplir.

Ese mismo mandato, no olvidarlo, logró hacer que el tricolor se convirtiera en el año 2009 en mayoría en la Cámara Baja. Prometió reformar la economía y no lo hizo. En su actuación privó el cálculo electoral. Hoy veremos si prevalece el cálculo de ser un buen gobierno; si estamos en el inicio de una etapa de reformismo o de conformismo.

La postura del tricolor ante la propuesta del PAN no es legislativa ni es económica. Es política. Si pretende abrir un nuevo periodo de construcción institucional y de modernización del país, debe aprobar, con modificaciones, adiciones y matices, la iniciativa.

La reforma no es, como ha pretendido hacer pensar el PAN, una panacea económica. Los países europeos que han reformado sus legislaciones laborales no han logrado reactivar la generación de empleo, no han atraído más inversión ni han logrado enfrentar mejor sus procesos recesivos.

Las nuevas formas de contratación, el enfoque en la productividad, la adecuación de ciertas modalidades de empleo y hacer más expedita la justicia laboral son temas benéficos y correctos, pero no van a revolucionar la economía del país y, por tanto, su sobreventa es peligrosa.

El gran tema de la reforma es político y tiene que ver con la reformulación de la relación del PRI con el sindicalismo. Partamos de un hecho: El sindicalismo no es un problema. El problema es este sindicalismo. Uno que nos ha llenado de paradojas vergonzosas: líderes ricos con trabajadores pobres; democracia afuera, autoritarismo adentro; preminencia de la antigüedad sobre la productividad y la sumisión sobre la libertad. Las cajas de ahorro son las cajas chicas de los líderes charros. La cláusula de exclusión taponea la democratización. Impedir el voto secreto y libre es perpetuar a pequeños dictadores que obstruyen el desarrollo pero ganan elecciones.

El sindicalismo actual se originó en condiciones muy diferentes, sociales y políticas. Sociales: tras la revolución, los sindicatos sirvieron de palanca para el cambio: hoy, son un muro que lo obstruye. Políticas: los sindicatos estaban (casi) en su totalidad, adheridos al PRI. Hoy, con la alternancia, el monopolio se ha roto: el SNTE se vende al mejor postor, en especial al PAN y la izquierda, del SME a UNT han recibido el apoyo corporativo.

El PRI debe impulsar la reforma matizando algunos temas para evitar que se diluyan derechos centrales de los trabajadores, entender que el centro de la ley laboral es el trabajador, no el sindicato; el sistema económico, no el político. México requiere una ley para el desarrollo. Una no para el paternalismo, sino para el bienestar. Es un sofisma pensar que no es posible tener al mismo tiempo trabajadores productivos y libres.

Empujar la reforma implicaría refrendar que se va a honrar la palabra. Incluir las voces de otros, en particular de las izquierdas, mandaría el mensaje de que se puede ser eficiente en democracia. Una nueva ley será un mensaje de aliento. No cabe duda.

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