09/05/2010
El poder, decía Adolfo Ruíz Cortines, suele transformar a las personas. Inmenso, vuelve a los inteligentes, tontos y, a éstos, locos.
Es por eso que los países desarrollados se han esforzado por controlar el poder. El desarrollo democrático de los sistemas políticos tiende a proyectarse en tres momentos: hacer equitativa la competencia para acceder al poder, controlar su ejercicio mediante contrapesos y garantizar la correcta entrega de cuentas.
En México registramos déficits en todas las etapas. Actualmente, a la deformación que genera el boato y el exceso, se suma la superficialidad, la ideología. Padecemos no sólo los estragos de un poder incompetente, sino ideológico. Se trata de una frivolidad iluminada.
Justo cuando se registra en febrero el peor desempleo del siglo, se dice que la generación está en su cúspide. Cuando es necesario incrementar las gasolinas y otros combustibles cada mes, se dice que las mesas de los mexicanos están a plenitud. En el momento en que la CEPAL advierte de los riesgos de contagio por la crisis de las potencias medias europeas, aquí se afirma que hay blindaje suficiente para aguantar eso y más. Cuando la percepción pública señala que el crimen se incrementa de la mano del abuso de la Autoridad, se festinan golpes que no modifican la dura, terca, realidad.
En este contexto surge la preocupación por las prioridades de la nación. Se ignora la crítica sentida de padres que han perdido a sus hijos en manos de sicarios o del ejército pero se moviliza al alto mando del Gobierno Federal para responder a la crítica insulsa de un cantante. Más: se le invita a comer y se le pone al mariachi de la Secretaría de Marina, faltaba más. Los rostros de funcionarios cubren las portadas de revistas de sociales. Se ofende la miseria de millones apareciendo en el mundo del jet set que es capaz de concentrar en 15 familias 20% del producto interno bruto nacional. El Presidente del partido en el poder anuncia su boda con una farandulera desde Nueva York. Cuando hay una embestida xenofóbica contra mexicanos en Arizona, la Casa Presidencial lanza una encuesta sobre si el Presidente debe o no asistir a Sudáfrica a ver jugar a los nuestros.
Esa es la frivolidad de un poder inútil.
Pero la superficialidad está acompañada de un discurso de carácter religioso que ofende la laicidad del Estado Mexicano. Los más altos funcionarios piden que El Señor los ilumine. El director del INAPAM ha lanzado una cruzada –literal- de oración para combatir al narco. La pederastia que ha matado en vida a cientos de niños, de jóvenes, por malos sacerdotes es pasada por alto, intocable el poder que se ejerce desde un púlpito. Esto recuerda que en México hay tres tipos de fuero: el político (que ampara la Constitución), el religioso (que ampara una sotana) y el económico (que ampara una cartera).
Si los hombres mejores informados del país recurren a la ayuda divina, quizá nosotros deberíamos comenzar a tomar nuestras providencias.
La respuesta a nuestros males reside en el poder ciudadano que está desmovilizado y que aparece impotente ante los excesos. Quizá no todos compartan la creencia religiosa, mística, de la nueva y efímera elite política. Seguramente la mayoría no pueda aparecer en las grandes revistas de acontecimientos sociales. Pero quizá si podamos encontrar una fe civil, laica, incluyente, para generar un porvenir mejor. Se trata de recuperar la confianza en lo que nosotros mismos podamos hacer por nuestro país. En paralelo, acaso podamos encontrar la forma de generar una movilización social que transforme a profundidad a la nación.
De cuajar, un proyecto así podría tener la certidumbre de que la elite gobernante actual es, simple y llanamente, desechable