24/05/2009
La economía mexicana está en caída libre. El desplome se registra ya, prácticamente, en todos los sectores. El colapso es transversal, dramático e injusto. Lo es, particularmente, porque el país no tiene redes de protección, como ocurre en los países de la Unión Europea o en las economías escandinavas, que favorezcan a los sectores sociales más afectados por la recesión.
La economía cayó en el primer trimestre del año 8.2%: un desplome equivalente al crack de 1995. Las cifras desagregadas, sin embargo, son muy preocupantes: el sector comercio cayó más de 17%, la industria casi 10%, el comercio cerca del 8%. Sólo el sector primario, el campo, registró un modesto crecimiento ligeramente superior al 1%.
Para entender lo que está ocurriendo, debemos considerar que la economía mexicana consta de tres motores de crecimiento: los ingresos por exportaciones petroleras de las que, como se sabe, depende casi el 40% del presupuesto nacional; las exportaciones de manufacturas, que el año pasado ascendieron a 230 mil millones de dólares; y la actividad turística que implica 16% del PIB y 13 mil millones de dólares anuales de ingreso para el país. Los tres motores están desbielados.
El precio de la mezcla mexicana ha caído de 150 dólares a menos de 50 este año; las exportaciones están semi paralizadas por la recesión de Estados Unidos, a donde se dirigen el 85% de las exportaciones mexicanas. El turismo sufrió un crack por la sobre exposición mediática de la influenza.
La principal red de protección social de la República, el envío de remesas, se ha contraído en 4.5% en el primer trimestre del año, una caída aún marginal, pero tiene consecuencias terribles para millones de mexicanos: las familias que permanecen aquí, en medio del huracán. Es previsible que la disminución se incrementará. La economía norteamericana cayó 6.5% en los tres primeros meses del año, y la CEPAL estima que la caída de remesas podría llegar a 12%. Esto implica una reducción de más de 2 mil millones de dólares a las familias más necesitadas del país.
El cocktail que vivimos se completa con la irresponsabilidad del gobierno federal para acotar el gasto. Algunas dependencias consumen en gasto corriente hasta 40% de su presupuesto. El gasto en salarios de mandos medios y superiores del gobierno federal se ha duplicado, al pasar de 3 mil millones a más de 6 mil. Esta cifra debe entenderse de la siguiente manera: no implica que los salarios de los funcionarios con Calderón se hayan incrementado, sino que muchas personas accedieron a niveles de salario de importancia. Con Fox, había 1,625 funcionarios con salarios de alto nivel: hoy son 2, 720.
Además, el presidente gastará este año 3 mil 700 millones de pesos en publicidad en medios; el plan de austeridad del gobierno federal, que se había comprometido a ahorrar 65 mil millones de pesos de gasto corriente, sólo logró suprimir 3 mil. El Secretario de Hacienda anunció que existe un hoyo presupuestal de 300 mil millones de pesos que posiblemente crecerá y que deberá ser financiado de alguna manera.
La forma como el presidente está enfrentando la crisis, sí es que lo está haciendo, es recurriendo al endeudamiento. La deuda del país se ha disparado de 53 mil millones de dólares a 78 mil millones durante este sexenio. Los diversos anuncios que se han realizado -9 programas desde el año pasado- no aterrizan en la realidad por falta de pericia de los operadores del presidente.
Ante la crisis que agobia, Calderón esta rodeado de un gabinete de su confianza aunque inexperto; bohemios aunque sin sensibilidad social y más preocupados en conservar sus posiciones de poder que en resolver los problemas del país. No ha habido ni afán de ahorro ni capacidad para dar seguimiento a los anuncios y que estos se conviertan en realidades. Prevalecen los subejercicios presupuestales. No hay intenciones de intentar cosas nuevas. No se aprovecha la coyuntura para desmantelar monopolios y proponer un nuevo acuerdo nacional.
El principal pecado del ejecutivo, la soberbia, permea en su gobierno. Las crisis, refirió cuando apenas comenzaba a levantar la ola que se convertiría en tsunami, le agradan y hacen aflorar lo mejor de él. Los grandes desafíos le vienen bien. Lástima: al país no.
Los signos en el horizonte son perturbadores y barruntan tiempos de desventura. El país va en caída libre, y nosotros vamos con él.