17/12/2012
La decisión política más importante de las últimas dos décadas ha sido la tomada por Enrique Peña Nieto para emprender una reforma educativa. No hay mayor compromiso nacional. No hay reforma estructural más importante y no habrá cambio que afecte más el futuro nacional que éste.
La educación en México no es sólo una desolación: es un desastre. El país ocupó el número 48 de 65 países evaluados por la prueba internacional PISA. Los alumnos del país con mayor puntaje, chinos, obtuvieron 577 puntos, los mexicanos, 420. Somos el último lugar de la OCDE. El puntaje de los estudiantes mexicanos implica que nuestros jóvenes no entienden lo que leen, no pueden resolver problemas matemáticos complejos y poseen conocimientos limitados de ciencia. Sólo 3 de cada 10 estudiantes ingresan a la educación superior y sólo uno recibe un título. Hay 8 millones de jóvenes sin educación.
La economía mundial, se sabe, se basa en la riqueza generada a través de conocimiento. Los nombres del juego son innovación, investigación, tecnología, redes. De las 10 principales empresas del mundo, 6 son de tecnología: Apple, IBM, Google, Microsoft, INTEL y Samsung. IBM registra más patentes al año que México en una década. Ser analfabeta funcional en un mundo así es estar condenado al subdesarrollo económico y, peor, al mental.
El sistema educativo mexicano tiene muchos problemas: pedagógicos, económicos y políticos. Tiene, sin embargo, uno central: una cúpula sindical corrupta y perversa que ha secuestrado el futuro de nuestros hijos. El liderazgo de Elba Esther Gordillo proviene de un golpe de mano del PRI. Pero los gobiernos del PAN le dieron fortuna. En doce años, Gordillo recibió no menos de 150 mil millones de pesos. Le entregaron instituciones públicas. Le fundaron un partido político. En mi libro “Las palabras de Casandra: historia del futuro del estado mexicano” (M.A. Porrúa, 2011) advertí sobre la sustitución del estado mexicano en diversos ámbitos, uno de ellos el educativo. Con el PAN, la educación dejó de ser pública porque se privatizó en favor de Elba Esther Gordillo.
La reforma que ha sido enviada al congreso implica, en parte, que la rectoría de la educación vuelva al estado. Prevé que la carrera magisterial se instaure, que se transparenten las promociones de los maestros y, punto central, que se les evalúe con consecuencias. En los resultados de una evaluación voluntaria hecha este año, 52% de los maestros reprobaron y de los aspirantes a maestros, el 70%.
Es cierto: no todo se va a resolver quebrando el poder de Gordillo, pero nada puede avanzar sin hacerlo.
Finlandia ha puesto en el centro de su exitoso modelo al maestro: personaje preparado, respetado y bien retribuido. Deben tener estudios de maestría y 6,400 horas de experiencia previa para estar frente a grupo. Hay dos maestros por grupo. Hay un sistema de seguimiento a los resultados de cada maestro.
Pero la reforma es el primer paso. Tendrá que seguir el replanteamiento de los contenidos educativos; trascender la memorización, la verticalidad y el individualismo. Promover un modelo de resolución de problemas, de estímulo a la investigación y de trabajo en redes. De conexión al mundo. De fomento al aprendizaje permanente y de por vida. Pero este paso tomado ha sido de gran valor, oportuno, preciso. No puede existir educación de excelencia basada en la mediocridad de los maestros. Eso hemos hecho en los últimos años.