Por Fernando Vázquez Rigada
Doug Larson recomendaba no dar a políticos las llaves de la ciudad: mejor era cambiar las cerraduras.
La calidad del proceso electoral que acabamos de padecer nos demuestra que, para el bien de México, tenemos que construir nuevos escenarios. Veo dos.
Uno: esperar el surgimiento de un candidato genuinamente independiente, libre de vínculos con el actual sistema.
Dos: buscar una figura como Macron: un servidor público de carrera, apartidista, respetado y respetable, que sea capaz de generar una amplia coalición ciudadana allende o por encima de la estructura de los partidos.
Es muy posible que el segundo camino, o una combinación de ambos, pueda coagular aún.
Hay ciudadanos excelentes. Profesionistas, empresarios, intelectuales, que puedan generar un movimiento social que se apodere del imaginario colectivo del cambio.
Hay, también, servidores públicos de gran prestigio que podrían sumar a su alrededor cuadros ciudadanos y este andamiaje, a su vez, montarse en una estructura política ya existente.
El primer camino conlleva riesgos. Alberto Fujimori fue uno de los primeros outsiders puros en América Latina y fue poco más que un desastre para Perú. Aún hoy permanece en la cárcel.
Por el contrario, está el caso de Pedro Kumamoto que ha sido una verdadera, gratísima sorpresa por su desempeño y honradez. Pero una cosa es ser diputado local y otra ser presidente de México.
La otra variante, la de un cuadro externo montado sobre una estructura partidaria, ha tenido también resultados efectivos pero ineficientes. Han sido efectivos para forzar la transición pero terriblemente ineficientes a la hora de rendir cuentas. El caso más próximo es el de Trump. Antes estuvo Berlusconi o Jimmy Morales. Está, en contraparte, el caso de Vaclav Havel, central para la transición Checa.
El caso de mayor éxito ha sido el modelo Macron. Adolfo Suárez fue un oscuro miembro del franquismo, quien claudicó de su filiación para aceptar del rey Juan Carlos el cargo presidencial y pactar la transición.
De Gaulle y Eisenhower fueron personajes públicos que impusieron sus agendas a los partidos para conducir a sus países por épocas turbulentas.
Gobernar es un tema delicado. Improvisar en asuntos públicos es (casi) un suicidio: tanto como seguir haciendo lo mismo que nos ha traído hasta aquí.
Una coalición de servidores públicos honestos y comprometidos, personajes de la sociedad civil y organizaciones sociales puede ser la fórmula para limpiar el sistema y purgar a la vida pública de estos políticos.
El problema no es la política: es esta política.
Volvamos a De Gaulle. La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos.