29/07/2013
El artificio estadístico de Felipe Calderón que pretendía asegurarnos que México se había convertido en un país de clases medias fue, simplemente, insostenible.
Hoy, el INEGI confirma lo que ya había hecho la realidad: México es un país de clase baja, desigual, ofensivo. El país generó durante el calderonismo 12 millones de pobres, hasta colocar en la pobreza a 52 millones de mexicanos. 20 millones más, sin embargo, alertaba en su tiempo el CONEVAL, vivían con algún tipo de vulnerabilidad. Una simple sumatoria echaba por los suelos la fanfarria del último gobierno panista.
Hoy sabemos, además, que el ingreso de los mexicanos disminuyó sensiblemente durante su sexenio. En promedio pasó de 14 619 a 12 708 pesos mensuales. Subrayo la palabra promedio. Quiten el ingreso de las 10 familias súper millonarias y tendrán un promedio más real.
Al mismo tiempo, el INEGI ubica a un 60% de la población perteneciendo a la clase de baja y, dentro de ella, a millones en pobreza y pobreza extrema. En paralelo, a la clase alta pertenece apenas al 1.7% de la población.
Esas son las malas noticias. Las buenas son que el 39.2% de la población efectivamente pertenece a la clase media.
Dos consideraciones centrales deben surgir de estas cifras: Primero la estabilidad es condición necesaria, no suficiente para generar bienestar. El objetivo de la política económica debe ser generar bienestar, lo que implica otorgar a cada mexicano los satisfactores centrales para desarrollar su talento y productividad. Para lograrlo, no basta la estabilidad: hay que crecer. Crecer, con todo, tampoco es suficiente: debemos tener un crecimiento sostenido, potente, e incluyente.
Segunda consideración: México no es un país de clase media, pero puede serlo. Si se logra articular una política económica que inyecte energía al crecimiento, que articule cadenas, que integre regiones y que distribuya los beneficios del crecimiento, veremos cómo la pobreza disminuye y se engrosa la franja de la clase media. Reducir la pobreza en 10% no es sencillo, pero tampoco imposible. La desigualdad que padece el país es económicamente reprobable, políticamente inestable y moralmente inaceptable.
Caminos para lograr estos objetivos hay muchos. Algo es, con todo, claro: seguir haciendo lo que se ha hecho en los últimos años nos conducirá, fatalmente, a los mismos resultados.