Fernando Vázquez Rigada
Finalmente la izquierda verdadera ha llegado al poder en México. Habíamos tenido, por supuesto, presidentes con inclinaciones hacia ella, pero cobijados por el PRI. El más representativo, por supuesto, fue Cárdenas. Pero también se podrían sumar López Mateos, Luis Echeverría y José López Portillo.
Claudia Sheinbaum, en contraste, no llega bajo otras siglas. No es, como López Obrador, un cuadro formado en el PRI: ambivalente, ladino y propenso a la cooptación.
Ideológicamente, la presidenta sí tiene una formación de izquierda. No obstante, conoce el mundo y posee la rigurosa disciplina de la científica.
Sus principales retos de arranque serán, entonces, resolver varias de las contradicciones que hereda. No son pocas ni menores.
La más inmediata y evidente es la militarización del país. La izquierda coagula por confrontaciones con el poder hegemónico: sus inicios de ruptura son el encarcelamiento de Vallejo, de Siqueiros, el asesinato de Jaramillo y su familia. El punto de ruptura llega en dos fechas precisas: el 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971. Ahí, la represión militar y paramilitar cataliza lo que vendrá después, que será terrible.
Tras el frustrado ataque al Cuartel Madera —símil de la intentona del Moncada— surge la Liga 23 de septiembre y, en respuesta a ésta y a otros movimientos guerrilleros, la Brigada Blanca para reprimirlos. En Guerrero estalla el movimiento de Lucio Cabañas, ejecutado finalmente por el ejército.
La historia de la izquierda, de esta izquierda, es la confrontación directa y mortal con las fuerzas armadas. Qué hacer con la militarización del país, cómo desmantelar esa red que opera con el actual presidente, será la primera contradicción que deberá resolver.
La segunda proviene de la herencia plausible para desaparecer los organismos autónomos, entre ellos, uno: la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Su nacimiento surge de aquellos lodos: de los años temibles de la brigada blanca y de los abusos del poder sin control que se extendió hasta la muerte de Ovando y Gil, operadores de Cuauhtémoc Cárdenas, la víspera de la elección de 1988. Aniquilar a la Comisión bajo la presunta titularidad de la hija de Rosario Ibarra es, al menos, un chiste de mal gusto.
Tercera contradicción. En 1977 llega finalmente la pacificación del país, tras el desmantelamiento de las ultra izquierdas, con la reforma política de Reyes Heroles. Hizo tres cosas centrales: legitimó a los extremos —comunistas y sinarquistas— al facilitarles el registro como partidos políticos; amnistió a los presos políticos y creó la figura de diputados de representación proporcional (100) para dar representatividad, justamente, a esas minorías reprimidas. Hoy, se pretende eliminar esa figura, arriando la bandera de la equidad y la representación política de las minorías.
La cuarta será resolver la confusa relación del primer gobierno de Morena con el gran capital. La izquierda no intentó desmantelar los monopolios que impiden el progreso. Tampoco emprendió una reforma fiscal progresiva. Los ultra ricos son más ricos hoy que en 2018. Lo son aún más después de la pandemia. No hay política progresista sin recursos. Ya no.
Podría enfrentar una quinta contradicción. Cárdenas, junto a Zapata, es el ícono de la izquierda mexicana. Consolidar anhelos de la revolución implicó romper y desmantelar el maximato. Desterró a Calles y a Morones. Calles abandonó en 1928 la presidencia, pero no el poder. El ejecutivo vivía en el Castillo de Chapultepec. La gente decía:
— Ahí vive el presidente. El que manda vive enfrente.
Porque Calles residía del otro lado del lago.
¿Será una contradicción a resolver?
Quién sabe. Es pura especulación.
¿O no?
@fvazquezrig