Fernando Vázquez Rigada
En ocasiones, las renuncias son un acto de dignidad, de resistencia, de valentía.
Por años, hasta hace bien poco, muchos pensaban que a un presidente ni se le decía no, ni se le renunciaba.
Pero hubo quienes no pensaron así y hoy son recordados con respeto.
Hugo B. Margáin renunció a Hacienda a la mitad del sexenio de Luis Echeverría: buen técnico, sabía que el país iba a la bancarrota. “El gasto tiene un límite y ya llegó” advirtió antes de irse.
Jesús Reyes Heroles se conflictuó con Margarita López Portillo, hermana del presidente. El vaso se colmó cuando éste invitó a México al Papa Juan Pablo II, contraviniendo el espíritu liberal y laico del estado. Reyes Heroles hizo de un discurso en Acapulco su renuncia a Gobernación: “quien complace a todos no gobierna para nadie. Quien pretende izar todas las banderas termina por abanderar nada”.
Javier García Paniagua presidía el PRI cuando perdió la candidatura presidencial. El ungido, Miguel de la Madrid, le pidió la Secretaría General, la oficialía mayor y la secretaría de organización.
-Mejor quédate con todo- le contestó. Y se fue.
Poco después, el 1º de septiembre de 1982, José López Portillo convoca a su gabinete ampliado a un desayuno previo a su 6º informe. Ahí les anuncia que nacionalizará la banca. Pasa a firma el decreto correspondiente. Todos, salvo el Director del Banco de Comercio Exterior, Adrián Lajous, lo ratifican. Abandona el desayuno y el gabinete.
Jesús Silva Herzog dejó a la Secretaría de Hacienda con Miguel de la Madrid cuando ya era insostenible su confrontación con Carlos Salinas. En su carta estableció que renunciaba “con carácter de irrevocable”. Le respondieron desde el PRI y el congreso: “Traidor”.
Alfonso Durazo hizo pública una larga carta de renuncia a la Secretaría Particular de Vicente Fox. Le alertaba sobre los riesgos de mezclar el matrimonio con asuntos de estado, con la sucesión.
Vicente Fox regañó públicamente a Felipe Calderón por tener un acto político en fin de semana. Ni aceptó el regaño ni la advertencia de hacerse a un lado de la carrera presidencial. Renunció.
Algunos -Margáin, Lajous, Silva – se fueron objetando técnicamente las decisiones presidenciales. Otros -Reyes Heroles, Durazo- por disentir del rumbo político del país. Algunos -García Paniagua- por no consentir la invasión de sus esferas. Y hay quien se fue -Calderón- por dignidad y por buscar un espacio propio.
Carlos Urzúa se fue por todo lo anterior.
Por eso y como un alarido de alerta: explica porqué estamos en recesión, porqué la generación de empleo se desplomó, porqué no hay recaudación ni inversión pública.
Su carta desnuda la incompetencia anárquica del gabinete y la personalización creciente de la función de gobierno. Un ejecutivo que escucha poco a pocos. Que desprecia la técnica. Irrespetuoso. Que prescinde de quien no piensa como él.
López Obrador presentó -y le fue aprobado, faltaba más- un Plan de Desarrollo dual: el de él y el de Urzúa. Ya sabemos cuál aplicará. El Plan estaba, sin embargo, alineado al presupuesto. Hoy sabemos que para el primer mandatario la parte más profesional del Plan es basura neoliberal, con todo lo que propone: equilibrio fiscal, cero deuda, estabilidad macro. Más temprano que tarde, eso terminará.
López Obrador quiere gastar, aunque no tenga ingresos. Quiere construir obras faraónicas, aunque deje los hospitales sin medicinas. Quiere que renazca Pemex, aunque no tenga dinero para lograrlo. Quiere distribuir dinero, aunque no lo genere.
El Secretario de Hacienda advierte: el país, así, quebrará.
Por eso se fue Urzúa. Por frustración. Por no ser cómplice. Por pudor.
Pero también por dignidad.
@fvazquezrig