05/11/2012
No hay cargo más difícil que el de presidente. Los titulares del ejecutivo llevan consigo la inmensa responsabilidad de conducir los destinos de una nación, de velar por la integridad de su territorio, de derramar bienestar y acaso justicia para todos. El mayor reto que enfrentan es hacer una diferencia. Tener un legado. Imprimir un sello a la historia.
Barack Obama ha sintetizado las presiones del cargo. Todo el tiempo, sin tregua, el presidente debe tomar decisiones difíciles. No hay simplismos ni frivolidades. Cada asunto que se somete a su consideración implica asumir un costo, una responsabilidad, elegir por un mal menor. Los asuntos fáciles no llegan al hombre de estado: se resuelven en otra parte.
Ser un buen presidente implica estar consciente de la magnitud de su responsabilidad y estar preparado para asumirla. Tener un sentido de misión. Claridad de objetivos. Talento para rodearse de los mejores. Entereza para tomar decisiones. Templanza para asumir los costos. Habilidad para operar las decisiones y capacidad de anticipación para reducir los costos.
El presidente necesario es aquel que tiene una bandera y es capaz de defenderla. Quien no quiere asumir costos, termina por pagar el peor de todos: desperdiciar su mandato.
Los grandes presidentes han tenido que aceptar que para construir un país hay que reformar y que reformar implica tocar intereses, los más duros: los de los aliados. Eso lo supieron Calles, que redujo el poder de la coalición revolucionaria; Cárdenas, que eliminó a Calles. Ávila Camacho, que retiró de la política a los militares. Reyes Heroles, que abrió el sistema para darle viabilidad.
La otra condición indispensable es la moderación. Abraham Lincoln decía que un presidente es un equilibrista y tenía razón. Los excesos conducen al exceso. Díaz Ordaz excedió los límites de su autoridad. Luis Echeverría llevó al país a los linderos de la locura y la confrontación. López Portillo desfondó su gobierno cuando dejó de encabezar la institución presidencial y quiso encarnarla. Felipe Calderón será recordado por ser un fundamentalista.
Lo próximos seis años serán centrales para la vida de México. El mundo va de prisa, México no. La modernidad no espera. El hambre tampoco. Sabremos que México ha vuelto a ser México cuando dejemos de tener miedo, cuando recuperemos la capacidad de ascender en la escala social, de formar un patrimonio de manera honrada, cuando nuestros hijos estén genuinamente preparados para el futuro.
Llegar al México que hemos soñado va a requerir de tomar muchas decisiones difíciles. De romper tabúes. De hacer cosas que hemos reprobado. Ante todo, se requerirá un líder, uno que no hemos tenido en muchos años. Necesitamos una conducción firme, honesta, responsable e incluyente. Necesitaremos a alguien que esté dispuesto a romper los intereses que nos obstruyen y que esté dispuesto a pagar los costos de sus decisiones.