01/11/2006
Esta se dio tras un largo proceso de democratización que inició, como parto, tras un hecho traumático y doloroso: la noche triste de Tlatelolco. El proceso debió haber terminado el tres de julio del dos mil. Hasta ese momento, parecía que México vivía una revolución de terciopelo. El régimen priísta se iba y más: se iba sin sangre. Se evadía la temible profecía de Fidel Velásquez: “a balazos llegamos y a balazos tendrán que sacarnos”. El país parecía conectarse con el signo de cambio político más positivo de Europa Oriental. Con la excepción de Rumania, el poder comunista se iba reconociendo que, por el momento, su ciclo había cumplido.
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