Fernando Vázquez Rigada.
El país está atrapado por dos pesadas anclas que lo lastran al subdesarrollo. Uno es la educación. El otro es la impunidad.
De manera cotidiana, los mexicanos nos acostumbramos a convivir con el horror.
Sobran datos. Un botón de muestra: marzo pasado fue el mes más trágico, más violento, más injusto, para las mujeres: 267 fueron asesinadas.
El abuso en niñas y niños es desgarrador.
Las masacres y las estadísticas nos conducen a una realidad ajena y egoísta: nada pasa mientras no me pase a mí.
Por eso lo que sucede debe cimbrarnos: Salgado Macedonio, acusado de violación, se mantiene en su candidatura: impugnada por un tema de gasto, no de responsabilidad moral y legal. El diputado Saúl Huerta (Morena/Puebla) es denunciado por abuso de menores y nada sucede. Mario Marín estuvo una década sin ser molestado. Su círculo señalado sigue gozando de protección e incluso de poder.
La cultura del abuso emerge fétida cada día, a toda hora. Fraudes. Cochupos. Peculados.
Todo se ventila: nada se castiga.
La gente está harta. Eso lo reportan todos los estudios de opinión pública, pero no lo asumen como urgencia los tomadores de decisión en el país.
Al lado de este agravio está el discurso oficial que exalta la justicia por encima de la ley. Es una invitación al ojo por ojo. A la vendetta. A la preeminencia del vengador sobre el juez.
Las elecciones se cierran en todo el país: ese es un hecho estadístico. De ahí el desespero del poder que, lamentablemente, no modera sino radicaliza el discurso del rencor.
Pero la palabra, en política, siempre aterriza en realidad.
El voto forzará otra vez un alarde de cambio.
Si no llega, si seguimos instalados en la impunidad, el país reventará.
Más tarde, o más temprano.
Pero reventará.
@fvazquezrig