México llega a una decisión clave, la conformación de nuevos poderes públicos, en un momento complejo. Los diversos factores que influyen sobre la vida nacional se presionan y dan de sí. La elección del 2006 encontrará un México agotado en su economía, agobiado por la pobreza, desafiado por los poderes fácticos que intentan superar la dimensión de los poderes constitucionales; aislado en el mundo. Peor: lo encuentran carente de liderazgo.

Contra esta realidad, existen instituciones que pretenden apuntalar la estabilidad del país, adoptando los rasgos de incuestionable modernidad que se cobijan a diversos sectores de la vida nacional. La Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Instituto Federal Electoral, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el Banco de México, aparecen como los buques insignia de un horizonte que desafía la inmovilidad y la falta de rumbo.

En ese contexto de claroscuros se desenvuelven las campañas, que aún no determinan una tendencia clara, y menos definitiva, sobre el posible triunfador. A estas alturas, ninguno de los tres partidos puede darse por descartado aunque el PRI parece precipitarse. Existe con todo, un claro líder que encabeza la contienda, Andrés Manuel López Obrador, y que sigue siendo el candidato a vencer. Felipe Calderón y Roberto Madrazo, no obstante, siguen siendo rivales de astucia y experiencia. Poseen maquinarias políticas poderosas. Faltan las definiciones de candidatos al Congreso y faltan los debates. Faltan, sobre todo, 4 meses, cuatro largos meses, para la elección.

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