08/04/2013
Los datos liberados por la UNICEF y el CONEVAL esta semana con respecto a la pobreza en niñas, niños y adolescentes mexicanos mueven a la indignación y a la vergüenza.
Mientras que el 46% de la población (52 millones de mexicanos) viven en pobreza, ésta impacta al 53% de los menores de edad. 3 de cada 4 niños en México presentan alguna carencia social.
3 de cada diez niños en México viven con hambre.
El estudio subraya lo evidente: el país se parte. Hay un norte próspero aunque no igualitario, y un sur en donde la igualdad significa vivir en la pobreza. 26% de los niños del norte de México viven en pobreza. En el sur, 69%.
Por si alguien duda del significado de recibir una educación de calidad, el estudio encuentra que 75% de los hogares en donde viven niños en pobreza presentan un grillete común: el jefe o jefa de familia no concluyó los estudios de primaria o no tiene educación alguna.
Ha habido avances. Los indicadores demuestran que el acceso a los sistemas de salud, a un aula -así sea precaria- y los programas de dignificación de vivienda han hecho que varios indicadores mejoren. Con todo, los resultados siguen siendo absolutamente insuficientes y totalmente inaceptables.
México no es un país pobre: es un país con pobreza. Existen recursos naturales, geografía e infraestructuras suficientes para generar bienestar para todos. No se ha hecho porque existe un modelo económico y una serie de políticas públicas que han privilegiado la concentración de riqueza, no su distribución; que ha exacerbado el privilegio por sobre la igualdad; que permitió que el estado fuera secuestrado, las regulaciones privatizadas y la corrupción la norma pública más respetada.
Reducir sustancialmente la pobreza en México es el reto más trascendente de nuestra generación. Es un imperativo político, pero sobre todo, una obligación moral.
Admitir que 7 de cada 10 niños del sur de México vivan en pobreza implica renunciar a la visión de una nación integrada, plural, solidaria y, en última instancia, unida.
Hay 21.4 millones de niños pobres y tres familias que concentran el 8% de la riqueza nacional: tal es el retrato sombrío de en lo que nos hemos convertido.
México requiere un nuevo diálogo público, una nueva narrativa moral y un nuevo compromiso colectivo que garantice que todo mexicano, por serlo, podrá vivir con dignidad.
Habrá que confeccionar un sentido de misión que nos permita hacer de la honradez el camino para evitar que el hambre devore a nuestros hijos. Porque cada peso que se roba es un bocado que se quita a otro. Porque cada obra que infla su precio es una obra que no llega a quien la urge. Porque cada abuso que se tolera es la invitación para que otro se cometa.
Los datos científicos revelan que la infancia es el momento definitorio de la clase de seres humanos que seremos. El talento, los valores, el carácter: todo aquello que nos describirá en el porvenir se decide en los años primeros de nuestra existencia. Aceptar que tenemos una franja inmensa de niños perdidos es aceptar que México, fatalmente, está también perdido.