25/10/2009
Mientras en México seguimos discutiendo cómo tapamos los huecos de la ineficiente administración panista, mientras tomamos tribunas, impedimos comparecencias y consentimos sindicatos corruptos, el mundo se mueve. Lo hace de prisa, sin voltear atrás, sin importar si los mexicanos nos pondremos de acuerdo o no y si algún día decidiremos apostar decisivamente por el futuro.
La economía mexicana será la economía relevante que más caiga en todo el mundo. El desplome de 7.5% sólo tiene un símil en el derrumbe ruso: otra economía llena de vulnerabilidades. Prácticamente toda la Unión Europea, con la excepción de Polonia, verá contraerse su economía, pero ninguna en las dimensiones del abismo mexicano.
China, la gran estrella mundial, habrá dado, una vez más una serie de lecciones al mundo este año. Su economía no sólo no se desplomará, sino que crecerá a un sorprendente 8.5%: el más acelerado del mundo. El modelo chino comienza a abrir espacios de debate importantes en el mundo.
El capitalismo de estado chino comienza a desafiar abiertamente la viabilidad del capitalismo de mercado, que encabeza Estados Unidos. Las diferencias son básicas y amplias: Estados Unidos promovió la prevalencia de la empresa, la libre competencia y el consumo como eje de su economía. China, en cambio, ha sustentado su crecimiento en planes elaborados por el estado, ejecutados a través de masivas inversiones públicas y fomentando el ahorro.
Los niveles de ahorro en China son los más altos del mundo para una economía grande. Superan el 40% del PIB. Por lo mismo, el gobierno ha logrado un apalancamiento impresionante. Actualmente, las reservas internacionales son de un billón de dólares: es decir, las reservas son ligeramente superiores al tamaño de la totalidad de la economía mexicana.
Igualmente importante, estas tasas de ahorro se lograron mediante un freno al consumo interno. Ahora, cuando la economía mundial se derrumba, el gobierno chino ha hecho varias cosas: pidió a la gente salir a comprar, con lo que fluyeron grandes recursos privados para activar los mercados internos. Bajó las tasas de interés y liberó el crédito.
Pero además, como durante años habían tenido un estricto control de sus finanzas, el país llegó a la crisis con un superávit fiscal. Como resultado, había los márgenes de maniobra para inyectar dinero público al desarrollo de infraestructura y de nuevas tecnologías.
Sus planes son asombrosos: construirá 100 aeropuertos en los próximos diez años, incorporará altas tecnologías a sus puertos, tenderá 70,400 kilómetros de nuevas autopistas e inyectará 200 mil millones de dólares al desarrollo de redes ferroviarias. Para utilizarlas, ha encargado a Siemens, el monstruo alemán, la construcción de 60 trenes de alta velocidad. Toda la producción del ramo de la empresa está enfocada a este cliente.
No todo es cemento y acero. El estado chino ha dispuesto el mes pasado de un enorme paquete de desarrollo para la educación superior y estímulos a la investigación y desarrollo tecnológico.
Hay que hacer notar que el actor central de esta es estrategia es el Estado. También que éste posee una visión de futuro y un claro proyecto de país. Por último, que en ese marco hay claramente establecidas prioridades y objetivos medibles.
China no es el único país que se está moviendo, por supuesto. Brasil está teniendo un nuevo rol en el mundo. Chile se prepara para una nueva alternancia que consolide los logros de su modelo social. Suiza ha movilizado recursos vía subsidio para fortalecer a las microempresas familiares productoras de lácteos. Inglaterra apuesta alto al cambio tecnológico para atender el problema del calentamiento global como motor del crecimiento económico.
Todo esto ocurre mientras dormimos