Fernando Vázquez Rigada
A México le urge reconciliarse.
Entre las y los mexicanos, sin duda. Pero también e igual de importante, con el mérito y el trabajo.
Llegamos a una etapa de la vida nacional que es, en realidad, un parteaguas.
Padecemos la confluencia de una triple emergencia: el quiebre del sistema de salud, significado por el contagio de 220 miles de mexicanos y el deceso de 27 mil. No hay doma ni aplanamiento.
Pero además, ojo, están cerca de 400 mil operaciones y tratamientos pospuestos. El festejo gubernamental de la baja ocupación hospitalaria es falso y demagógico, porque están esos miles de pacientes no Covid que no encuentran alivio.
Al lado de esta está la bancarrota nacional. Una brutal destrucción del empleo. 11, 114 familias pierden su empleo por día. 7 empresas cierran sus puertas para siempre cada hora. 1,366 familias entran a la pobreza cada hora.
Y nos embiste la quiebra de la paz pública, con 15,016 ejecutados en 5 meses: 1,440 más que el mismo periodo del año anterior. El brutal atentado contra García Harfuch revela una reacción del más violento de los cárteles ante una claudicación del estado ante sus rivales, una que huele cada vez más a connivencia. Paradoja de este tiempo: los abrazos excesivos terminan, otra vez, en balazos contra otros.
Este desastre nos encuentra profundamente divididos: confrontados desde el poder por el poder.
Habría que recordar que las peores tragedias nacionales nos han hallado así: México desconfiando de México. El país riñendo consigo mismo mientras el tejido social se rompe.
Habría que recordar: a la fractura territorial le antecede siempre la fractura de la convivencia.
Por eso la reconciliación debe provenir de un nuevo lenguaje público. Uno que requiere de un vocabulario donde quepamos todos. Alejado del rencor. Que enfatice los caminos de salida y no los barrotes que nos sujetan a esta penosa realidad.
Es mentira que sólo quien manda hilvana el discurso público: lo hacemos todos.
Pero además, el país requiere reconciliarse con el mérito y con el trabajo. El mérito proviene del esfuerzo. Del tesón. Del decoro. Del estudio. Y proviene, por supuesto, del trabajo.
Urge reconstituir al trabajo como eje del progreso personal y no la caridad pública. Es preciso recordarnos que sólo el trabajo, la dedicación y la constancia construyen los triunfos.
Quien se acostumbra al subsidio se termina acoplando a la sumisión y a la mediocridad. Nuestra sociedad corre el riesgo de volverse adicta al dinero fácil y a la prebenda.
Necesitamos un país que triunfe a partir del mérito y del trabajo; del conocimiento y del arrojo.
Me preocupa el discurso reiterado de que debemos acostumbrarnos al fracaso. Que ser derrotados es inevitable. Que la pobreza conlleva felicidad.
Difiero. México debe atreverse. Arriesgarse. Negarnos a ser el país del eterno potencial futuro pero del permanente desencanto presente. Es posible sacar al país del atraso y dar una mano a quien más los necesita.
Para ello, hay que convencernos de que también se es posible ser feliz, digno, en la prosperidad.
@fvazquezrig