Fernando Vázquez Rigada
Michele Wucker, definió como “Rinocerontes grises” aquellos desastres que son previsibles, aparentes, peligrosos…e ignorados.
México está enfrentando un momento crítico para su porvenir. La democracia construida a partir de 1977 está moribunda.
Nos embiste un gran rinoceronte: la tentación de convertir a México en una dictadura de partido.
¿Suena fuerte? Mucho. Pero más duras son las evidencias que nos cercan día con día.
Ya no hay espacio para paliativos. O asumimos con toda seriedad el riesgo que vivimos, o perderemos nuestra libertad.
La figura del dictador (el que dicta: dictatum) nació en Roma: un personaje con poderes extraordinarios, supra legales, nombrado para controlar una situación en un tiempo determinado.
Lo que hoy vivimos es la tentación de instaurar, al menos, una dictadura de partido. Un grupo compacto y extremadamente radical de fanáticos, que no creen en la democracia ni en los valores liberales están dispuestos a hacer lo que sea para mantenerse en el poder. Sin votos reales. Sin oposición. Sin contrapesos.
Juan Linz y Alfred Stepan definieron maravillosamente el talante democrático de un partido: cuando acepta que la democracia es el único juego en la ciudad.
Morena cree en lo contrario. Cree en el poder absoluto. En que su palabra es la ley.
El asalto a la democracia comienza desde una atalaya de presunta superioridad moral. El núcleo duro de Morena se cree iluminada y está convencida que monopoliza la verdad. No existe espacio para la interlocución ni para el disenso. No lo hay adentro: todos los moderados han sido despedidos o han renunciado. No lo hay afuera: quienes pensamos diferente somos adversarios. No lo hay en la realidad: prefieren la verdad alternativa: la suya, la de los otros datos.
Hay un ejercicio claro y explícito por situar al ejecutivo por encima de la ley. La frase más lamentable (quedará inscrita en el panel de la ignominia de la política mexicana junto con otras de Gonzalo N. Santos y Carlos Hank González) es: “no me salgan con que la ley es la ley”.
Morena no ganó nunca la mayoría en el Congreso para reformar la Constitución: la usurpó. En el Senado nunca la ha tenido. En la Cámara de Diputados en el 2018, el oficialismo obtuvo 43% de los votos pero 61.6% de las curules. Luego, con otras malas artes se apropió de la mayoría calificada.
La orden del que manda ha sido obedecida puntualmente por sus fieles: no cambiar ni una coma a sus deseos. La mayoría legislativa se castró y desapareció un contrapeso.
A partir de ahí, se ha venido articulando todo un laboratorio y un proceso de devastación.
El laboratorio: primero: en 2020 presentaron una iniciativa de nuevo Código Penal único que vulneraba gravemente las garantías individuales. Perlas: permitía el arraigo para todos los delitos; la aceptación condicionada de pruebas obtenidas de manera ilícita; la intervención telefónica para delitos electorales y fiscales y la ampliación de la extinción de dominio.
Segundo: amagaron con extender ilegalmente la gubernatura de Jaime Bonilla, contraviniendo la Constitución.
Tercero: intentaron extender ilegalmente la presidencia de Arturo Zaldívar en la Corte.
No lo lograron por los contrapesos que existían y existen.
Ahora la devastación: mediante elecciones de Estado y la intervención cínica, temible, del crimen organizado, se apoderaron de la mayoría de las gubernaturas. Todos los gobernadores de oficialismo se han plegado dócilmente a los designios del mandamás. Eso implica la muerte del federalismo.
Pero en 2021 se llevaron una desagradable sorpresa: los votos les impidieron seguir moviendo la Constitución a su antojo.
Si el dique eran los votos, qué mejor: quítense los votos. Quisieron matar al INE. No pudieron: el Congreso y luego la Corte se los impidió.
¿La Corte impide mis deseos? Desaparézcase. El objetivo inmediato ya lo dijeron: obradorizar el Poder Judicial. No es, ojo, una reforma: es una privatización.
Se retiró el apoyo a cientos de organizaciones de la sociedad civil, puesto que son el vehículo de articulación de actividad ciudadana independiente más importante. Entre menos conexiones tengan entre sí, más impotente es la sociedad ante al autoritarismo.
Y por último hay una embestida cotidiana contra los medios de comunicación y el pensamiento crítico. Se privilegia la oscuridad y el pensamiento único. Por eso, en esta vertiente, quieren desmantelar el sistema de educación superior del país: politizarlo y controlar las rectorías. Va en proceso y quieren que culmine con la UNAM.
Como el sistema requiere ríos de dinero, la corrupción se ha institucionalizado en los tres niveles de gobierno y de ahí que no sólo el INAI, sino que todo el sistema de transparencia del país, esté bajo bombardeo.
El rinoceronte está ahí. No ha sido descubierto por un sesudo análisis: nos lo dicen.
Pero Wucker advierte: por ser evidentes, el surgimiento de los rinocerontes grises se puede evitar.
La única forma de derrotar el surgimiento de la dictadura es ser cada día más ciudadanos. Asumir el riesgo. Enarbolar la resistencia. Participar, no sólo en marchas y plantones, sino activar una infinidad de acciones de desobediencia civil que ya he mencionado antes.
Hay que votar. Masiva y libremente. Votar como si fuera la última vez que lo hiciéramos. Quizá lo sea.
Hay que recordarnos que, pese a su estridencia, los fanáticos son una minoría. Tienen una ventaja: están organizados, nosotros estamos en proceso de estarlo.
Pero, ojo: no basta participar y tener como objetivos salvar a la democracia y restituir la libertad. Tampoco controlar al poder. Hay que ofrecerles a millones algo más: algo que les haga sentido de que vale la pena no perder esto que hemos logrado.
Hay que ir por el fin del privilegio como eje de vida. Nuestros valores deben traducirse en el afán de construir un país mejor: más equitativo y empático. Uno en donde prive el respeto y la oportunidad. Uno que termine con el sufrimiento y el miedo.
Esa es la forma de evitar que nos embista el rinoceronte.
Estamos a tiempo. Todavía.
@fvazquezrig