Fernando Vázquez Rigada
El voto urbano el 6 de junio avizora el germen de rechazo de una parte de la sociedad al gobierno de Morena: 5 de los 6 grandes padrones del país los ganan las oposiciones. En ningún lado más patente que en la Ciudad de México: territorio absoluto de la izquierda desde 1997.
La línea de ese voto, parafraseando a Carlos Fuentes, no es frontera: es cicatriz. La que separa a dos Méxicos, el que tiene algo y el que no tiene nada.
Tras los triunfos en diversas zonas urbanas, me llegan decenas de memes. Destaco dos: un mapa de la capital, partido a la mitad, dividido en azul y rojo. Abajo, una leyenda: El muro de Berlín en la Capital, en clara referencia a las diferencias de riqueza de la capital alemana en la guerra fría.
Otro: también alusivo al resultado de la Ciudad de México. Una escena de la comedia “¿Qué culpa tiene el niño?”: la boda de una familia adinerada con otra de escasos recursos. El padre de la novia ordena a los meseros: “Para este lado, champán. Para aquel, tepache”.
Ese festejo de una parte de los ciudadanos opositores revela una verdad incuestionable e incómoda: no han entendido nada.
El país se parte: rajado en dos por la desigualdad, la incomprensión y el desprecio.
El tono humillante de esos festejos confirma los peores temores del México más humilde: no tienen futuro votando contra Morena.
Si queremos levantar a México tenemos que entender el mundo de la necesidad, de la marginación, el rezago y más: ofrecerles una mejor opción de futuro que una beca o un apoyo de gobierno.
Tenemos que abrir al México más desfavorecido una ruta diferente de prosperidad y de decoro. No basta con ganar donde somos más. Eso nos conducirá a vastas derrotas o, igual de malo, a las victorias pírricas.
Necesitamos un mensaje que entienda y resuelva la preocupación de la mayoría de las personas. Un país que sustituya la caridad por preparación, oportunidades, justicia y empatía.
Sacar a millones de la pobreza implica un colosal esfuerzo colectivo: un esfuerzo nacional que comienza con la reconciliación. El mensaje de odio entre mexicanas y mexicanos solo beneficia a Morena.
Millones de personas esperan un mensaje de sensibilidad, pero también una alternativa. Mientras se insista en ser solo freno y no acelerador hacia el porvenir, Morena seguirá avanzando. Hay que ser oposición, pero también opción.
El tema de la pobreza en México es un tema de justicia en su más amplio sentido. Por lo mismo, tenemos que ofrecer un nuevo contrato social que restituya los lazos afectivos, de cooperación y de solidaridad entre todas y todos.
México es un país con pobreza, pero no es un país pobre. Podemos ofrecer, con voluntad y creatividad, en cooperación con todos los sectores, un patrimonio social mínimo a las familias y abatir el hambre y la enfermedad.
Sobre ese piso, debemos desatar en las personas una permanente devoción por el saber. El México pobre lo es en riqueza, pero no en talento. Juárez abandonó la pobreza, recuerda en “Apunte para mis hijos”, gracias a su necesidad vitalicia de aprender.
La educación y el estado de derecho nos harán mejores porque seremos diferentes.
De ahí debemos producir una nueva generación de mexicanas y mexicanos con empleabilidad (que tengan los conocimientos para ser contratados) y con un nuevo carácter emprendedor.
Sacar a casi 70 millones de la pobreza por una política de compactación poblacional que facilite la dotación de recursos. A la par, hay que anticiparnos al futuro: al México del rezago hay que conectarlo al mundo digital y hacer un esfuerzo por generar mercados. Eso nos hará salir del círculo de la dependencia del apoyo oficial.
Llegó el momento de convocar a un afán colectivo de justicia, que implica que muchos tendremos que seguir defendiendo nuestros derechos, pero deberemos renunciar a algunos privilegios.
Como oposiciones, solo así ganaremos. Y si no ganamos, debemos resignarnos a soñar el futuro mientras Morena destroza el presente.
Y hay que hacerlo pronto: o terminaremos por no tener país.
@fvazquezrig