03/06/2013
Alguna vez, poco antes de morir, Luis Donaldo Colosio le dijo a sus cercanos: “Camacho no tiene remedio”. Se refería a Manuel Camacho Solís, entonces canciller, quien no cesaba de destilar su amargura por no haber sido candidato del PRI a la presidencia de la República y trataba de desestabilizar la campaña del sonorense.
Parecería que, casi veinte años después, seguimos en la misma: la clase política parece no tener remedio.
El vigoroso escándalo de la senadora perredista Luz María Beristaín es sólo es un botón de muestra de la depredación de la política que vive el país. Habría que sumar el escándalo de lady profeco. La simpática declaración de Andrés Granier ante sus dichos de despilfarro del dinero público en Estados Unidos: “borracho no vale”. Los epítetos entre panistas tras el despido de Ernesto Cordero. El absoluto cinismo del calderonismo ante una cifra de vértigo: 26,121 desparecidos en seis años: doce por día. La singular llegada del niño verde al torito, tras su reciente escándalo de las húngaras voladoras.
No: no hay remedio.
Ha pasado un periodo de democratización, dos alternancias, fortalecimiento de la división de poderes, y consolidación de los medios de comunicación. Mucho ha cambiado. Los políticos, no.
Podría no pasar de mero anecdotario, si no fuera porque a México le urge una política de altos vuelos. La política hace que las cosas sucedan. Que los proyectos se vuelvan programas, y los programas, políticas públicas. La política es la representación de la nación y el rostro de la república.
Lo que estamos viendo cada día es la banalización de la política, porque se ha entendido que la simiente que la mueve son ya no las ideas, sino el dinero. Bajo esta percepción, la democracia es un producto de mercado, las elecciones son subastas y el presupuesto público fuente de riqueza personal. En los últimos doce años, se procedió a la privatización del poder y a la sustitución del estado.
El deterioro de la política conduce a la extinción de la mejor clase política. Cualquiera, con dinero, despensas y láminas suficientes, puede hacerse de un cargo público, utilizar el poder para sus propios fines e instalarse en el cinismo. Por eso tenemos esta clase política, de un nivel bajísimo (salvo honrosas excepciones) y por eso nos ubicamos en la frontera del ejercicio cínico del poder. Los saltos de un partido a otro, la ostentación grosera de la riqueza (in)explicable, el afán de perpetuarse, convertir a los partidos en cotos familiares, no es sino el resultado de esta depredación del prestigio público de la política.
La política está tan desprestigiada que pocos, en su sano juicio, se arriesgan a entrar en ella poniendo su nombre por delante. Eso abre la puerta para el acceso masivo de los pequeños, los corruptos y los cínicos.
En tanto la sociedad no vea en el voto la única forma real, independiente, útil de transformación tendremos que continuar el camino, resignados: no tienen remedio.