LA APROBACIÓN PRESIDENCIAL
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Y NOSOTROS, ¿QUÉ?

Fernando Vázquez Rigada

 

Las oposiciones han salido a la cancha, desde el 1 de diciembre del 2018, con un planteamiento claro de juego: juegan al empate…apostando al autogol del contrario.

 

En medio de un deterioro alarmante del país, las oposiciones nos seguimos preguntando por qué con tanto error, la aprobación del gobierno no se desfonda.

 

La pregunta es válida, pero no es central. La pregunta es ¿qué estamos haciendo mal nosotros que no subimos?

 

Sus fracasos no son nuestros éxitos.

 

En este momento trágico, ¿por qué no hay una oposición potente?

 

Primero. Autocomplacencia. En los partidos no se leyó la elección del 18 como lo que fue. El enojo y el hartazgo eran de tal gravedad que, o funcionaba la válvula de escape electoral, o el país reventaba. Nunca se abordó con seriedad un hecho evidente: la transición suave no les cumplió a millones. No hubo un análisis serio sobre las consecuencias de la frivolidad de Fox, la guerra de Calderón, la corrupción de Peña. Los partidos pasaron rápido al business as usual. ¿Usual? Lo usual comienzan a ser las derrotas. Acostúmbrense.

 

Segundo. Falta de empatía. No son sólo los partidos. Los opositores no hemos sido capaces de comprender y conectar con millones de mexicanos que pretenden vivir mejor. Nos la pasamos hablando de porqué lo que hace el gobierno está mal y porqué lo que había era mejor. Justo lo que la gente ordenó destruir a punta de votos. No hemos entendido nada. Hay una enorme arrogancia. Mega empresarios que callan. Clasemedieros que desprecian al México humilde. Intelectuales tocados por la mano de Dios. Tecnócratas hechos a mano. En política, la soberbia mata.

 

Tercero. Orientación. Las elecciones y la política no son sobre nosotros. Son sobre la gente. Le hablamos a Palacio Nacional o le hablamos al espejo. Nos olvidamos del mundo real. No hay una alternativa atractiva de cambio. Hay más pobres. Más víctimas. Más enfermos. Más desempleados. ¿Qué les ofrecemos? Una explicación de porqué el gobierno los ha puesto ahí. No sirve. Lo que quieren saber es cómo los vamos a sacar de donde están.

 

 

Cuarto. Definición. López Obrador ha sido tremendamente exitoso en definirnos e imponernos una visión de país. Nos tragamos —y repetimos— el cuento de neoliberales, conservadores y fifís. Peor: nos ha inoculado el miedo. Me explico: nos llena el temor de afirmar con claridad que queremos un país abierto al mundo, donde prevalezca el mercado, las empresas, la educación, la ley el orden. Uno sin impunidad y sin corruptos. Pensamos en sus términos, no en los nuestros. No nos espantan con el petate del muerto: compramos y dormimos envueltos en el petate.

 

Quinto. Mensaje. El mensaje opositor no es nuestro: es de López Obrador. El referente diario de todo lo que se dice, se discute, irrita o aplaude es él. Si al presidente se le ocurre decir que prohibirá los baños estaremos hablando de bacinicas. Hasta la siguiente ocurrencia. Piense en un tema que haya colocado la oposición. ¿Se acuerda? Yo tampoco.

 

Sexto. Lenguaje. Nuestro lenguaje —por frustración y desespero— se llena de ofensa, banalidad y odio. Mordemos lindo el anzuelo. Nos guste o no: el México del rezago y la derrota es mayor. Cada vez que los ofendemos los unimos en nuestra contra. Es la trampa de la polarización. Urge una pedagogía opositora con un nuevo diccionario: solidaridad, reconciliación, justicia, prosperidad, igualdad, civismo, decencia, honradez, cobijo. Hablamos a las neuronas; Morena, a las tripas. La política es como el enamoramiento: si hay atracción, pasión, las razones sobran.

 

Séptimo. Sentido estratégico. Necesitamos un gran ejercicio de ingeniería política que una a todas las corrientes opositoras. Los partidos están encerrados en sí mismos. El fraccionamiento está en llamas y cuidan su casa viendo cómo los vecinos pierden la suya. Pero sin partidos, la sociedad no compite. ¿Está bien? No, y no importa. Así son las reglas. La sociedad no le va a imponer a los partidos sus condiciones. En este negocio no hay enchilada completa. Falta un punto medio. Que la nomenclatura diga que abrirse a la sociedad es un error porque Lupita Jones fue un fiasco es un chiste cruel. Que la sociedad exija a los partidos jugarse la vida, pero no tomar las calles en apoyo es no solamente ser marrano: es ser trompudo.

 

Octavo. Afinar la puntería. Hay dos segmentos para el triunfo: clases medias y mujeres. Las clases medias son 39 millones de personas. Muchas, pero insuficientes. Pero ojo: muchos mexicanos creen que son clase media, aunque no lo sean. Aspiran a serlo. La clase media es un imaginario. El otro son las mujeres. Ofendidas como nunca por un gobierno que no sólo no las entiende: las desprecia. Marginadas. Asesinadas. Violadas. A ellas, la vida las ha hecho opositoras. Aquí no encontraron cambio ni justicia: ¿Lo pueden encontrar con nosotros?

 

Noveno. Compromiso. El México democrático y libre, de emprendedores, estudiosos, está acabándose. No se engañen: se acaba. Estados Unidos no nos va a salvar. Seremos nosotros o nadie. Tuitear no basta. Criticar en café no sirve. ¿Saben qué pasó en la elección de junio pasado? Las clases medias y altas se quedaron en sus casas. Con respecto al 2018, la abstención creció 10 puntos porcentuales. La gente se quedó en su casa. Hay que generar un modelo de participación real o resignarse a la extinción.

 

Millones esperan que algo ocurra para que López Obrador se derrumbe. Va. Quien crea en milagros, está bien. Es respetable.

 

Yo pienso que en política los milagros se construyen. Hay bases, pero no hay tiempo.

 

Llegó el momento de levantarse del sillón y dejar de esperar que la oposición se geste en la yunta de mi compadre.

 

No se equivoquen: a este paso, en unos meses ya no habrá yunta.

 

Y a lo mejor ni compadre.

 

@fvazquezrig

 

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