Fernando Vazquez Rigada

LA VERDE

Por Fernando Vázquez Rigada.

Ayer volvimos a perder. Como siempre. Como nunca.

He padecido el fútbol nacional desde hace décadas. Conozco este sabor amargo a derrota. Las lágrimas de mis hijos cuando se marca el penalty fatal. El derrumbe en el minuto final. Las calles vacías.

Perdimos. Como siempre. Como nunca.

Karl Sagan dijo en un libro maravilloso, Miles de millones, que las competencias deportivas representaban siempre una mezcla de orgullo, de simbolismo, de representación de una unidad geográfica y social. Son importantes porque nos identifican ante los demás.

Tenía razón. El deporte es la competencia en donde unos cuantos representan a millones. Se lucha. Se suda. Se comulga.

Perdimos como nunca. O como siempre. Pero jamás había visto una selección, como la de ayer, que no padeciera ese escalofrío mortal que es el miedo. No recuerdo una transformación vital así: pasar de ser vergüenza a inspiración nacional. No recuerdo una cosecha de ilusiones a partir de un primer juego. Ni creer posible empatarle a Brasil en Brasil. Ni una sociedad que se uniera, que soñara, que se abrazara en entusiasmo.

No recuerdo que nos fijáramos una meta tan alta y que creyéramos, juntos, poder alcanzarla. Ni cantar que hay que saber llegar, pero que se puede llegar primero.

Rescato esa lección seminal. Hubo una especie de depresión por la derrota. Ni hablar. Pero, ¿si hubiéramos ganado? ¿Qué sería hoy de México? ¿Soñaríamos en derrotar a Costa Rica? ¿En llegar a la semifinal? ¿Enfrentar, por qué no, a Alemania y derrotarla en la final?

El juego no es un juego ni se acaba en 90 minutos. Ese es el punto.

México fue capaz de verse a sí mismo grande. Digno. Entusiasta. Pujante.

No somos menos que eso. No merecemos menos que eso.

Vi, antes, las calles con gente que portaba orgullosa una camisa, la verde, que miraba a los demás como cómplices de un gran logro nacional. Vi banderas en las calles, sin ser septiembre.

Vi el orgullo recuperado. La victoria en las pupilas. La posibilidad de amanecer diferentes.

El juego es la fe que pueden despertar los grandes momentos colectivos de inspiración. Aspirar a ascender a dónde antes ni siquiera nos atrevíamos a mirar.

El nombre del juego no es fútbol. Es México. Y México es una idea común y un destino compartido. Uno que puede ser como nosotros estemos dispuestos a soñarlo, a imaginarlo, a construirlo y a protegerlo.

Por eso digo que ayer perdimos, sí. Como siempre. Pero, ojalá, como nunca. Hoy, lunes, ha empezado otro juego. No te quites la verde. Que esto apenas comienza.

junio 30, 2014

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