18 en 15
noviembre 30, 2015
TUCÁN ENJAULADO
diciembre 8, 2015

EL ALEBRIJE

Por Fernando Vázquez Rigada

 

A la memoria de Rafael Olvera Carrascosa

I

 

El día más triste es cuando los recuerdos se apagan. Cuando el fuego se consume. Cuando el mar se aleja. Cuando el amor se acaba.

El día más triste es cuando el pañuelo se seca y ninguna mano aprieta. Cuando media cama está tendida. Cuando ya ni el frío nos pega. Cuando los acordes no suenan.

El día más triste es cuando cae la trinchera. Cuando se bajan las banderas. Cuando los párpados se acuestan.

El día más triste es cuando a tu compañera la nombras «Soledad». Cuando no hay ni un alma que salvar. Cuando arrumbas la dignidad en un desván. Cuando no hay pendientes que desahogar.

El día en que, sin quererlo, sin intuirlo, sin advertirlo, el burel te atraviesa y te cortas, para siempre, la coleta.

 

II

 

Conocí a Rafa hace, no sé, 14 o 15 años. Entró a mi oficina con esa sonrisa franca y abierta que daba calor de inmediato. A partir de ahí fuimos amigos.

Compartíamos, entonces, funciones de gobierno. Él se encargaba de administrar un fideicomiso de apoyo empresarial. Yo atendía la política de la Secretaría. Un día, mientras él negociaba la compra de terrenos ejidales para erigir el Parque Industrial Santa Fe, cerca del Puerto de Veracruz, un ejidatario, portavoz del grupo minoritario, salió a medios a acusarlo. Dijo que les engañaba. Que les ofrecía migajas por su tierra. Que incumplía. Era falso. Pero la libertad es así: todos tienen derecho a decir su historia. Lo mejor fue el final:

-Se llama Rafael Olvera, pero no es un funcionario, ni un negociador, ni es nada. Es un alebrije.

Voces maledicentes, que siempre me han acosado, han esparcido la venenosa especie de que suelo poner apodos. Calumnias. En este caso, salí a defenderlo a medios. El asunto se cerró, pero el sobrenombre se perpetuó: el alebrije.

 

III

 

Contaba una historia que le gustaba. Al terminar nuestra función pública, se emprendieron diversos ataques contra la administración de Miguel Alemán, hechos por aquellos que, hasta hoy, han saqueado sin misericordia ni pudor a Veracruz. La mayoría optó por guardar silencio. Nosotros no. Defenderíamos nuestro nombre y nuestra integridad, nada que esconder en el clóset. Juramos:

-Nos morimos en la raya.

Ahí nos terminamos de hermanar.

 

IV

 

Era generoso hasta el exceso. Tenía una bondad que no le cabía en el abrazo. Cuando mis cosas no iban bien, pesaroso siempre un arranque, él me invitaba a comer. Me regalaba libros. Me daba peliculas.

Fue siempre amigo firme en las horas frágiles. Esas, en las que más se necesitan brazos.

 

V

 

Cuando al fin se divorció, la emprendió con galanura y testosterona contra todo aquello que se movía. Temible su carisma, su chispa, su alegría.

Una tarde, en una fiesta de matrimonios, cayó en el escándalo. Al parecer, no tejió bien el consenso con una amiga en común y casi le abofetean. Las indagatorias posteriores, inconclusas, concluyen que, desafortunadamente, no sólo había sido un consenso frágil: no había consenso en absoluto. El alebrije había lanzado un ataque demoledor por sorpresivo. Sorpresivo y, a la postre suicida.

Lo hizo frente a nuestras esposas. El eje del mal en pleno lo condenó al ostracismo, inútil la explicación absolutamente razonable del alebrije: había tropezado y por un infortunio había caído en las piernas de la dama. Radicalizada la ira hasta cegar la comprensión, mutilada en el grupúsculo de mujeres la credulidad, el eje del mal lo condenó. Sólo un amigo, Manuel Del Rosario, el Gran Maese, se atrevió a asumir la ingrata posición de defensor de oficio. Dió igual. Expulsado.

Hablé con él.

-Tendrás que desparecerte unos meses, hasta que amaine la tormenta.

Pactamos, otra vez. Nos veríamos, una vez al mes, sólo hombres, en el Llagar.

 

VI

 

Fui a sus informes como director de la facultad de Contabilidad y Administración de la UV. Supe de su trabajo. De su vocación. De su cercanía. Los maestros lo reconocían. Los alumnos lo admiraban. Todos lo respetaban.

Cuando el país se descompuso, opté por dar un ciclo de conferencias. México estaba destinado a morir si todos callábamos. El primer paso del deceso de un país es la conformidad. Titulé mi conferencia «Lo que queda de México»: era un llamado a la indignación, al grito, a la acción.

Tomando todos los riesgos, con bravura, me abrió las puertas de la UV, embravecido el ambiente estudiantil por Ayotzinapa. La universidad, si deja de ser abierta, deja de ser universidad. Llegaron, desconfiados, los muchachos que encabezaban el movimiento de los 43. Uno de sus líderes, lamento no saber su nombre, me felicitó en público cuando terminé y arengó a la mayoría pasiva a actuar en favor de la justicia en un país que la ha olvidado. Olvera se llevó un gran aplauso.

No era sólo un director. Era un líder.

 

VII

 

La última vez comimos un viernes en el Llagar. Descorchamos dos botellas de vino, orgánico, del Valle de Guadalupe. Compartimos ese invento maravilloso: la mesa. Hablamos de todo y de nada. Reímos de las mismas historias que habíamos oído veinte, treinta veces. Nos confiamos secretos. Discutimos. Nos regañamos. En fin: refrendamos en los hechos esa complicidad, esa tolerancia, ese cariño y ese calor al que llamamos amistad.

Escanciada la segunda botella, apelé a mi costumbre. Con la boca soné la trompeta del cambio de tercio. Llegaron los fuertes. Un amigo de él había muerto recientemente, fulminado sin clemencia por un infarto seco, inapelable. Jarocho, le dije:

-Muerto Juan, eres el que sigue. Ya oigo a los zopilotes.

Xalapeño, me soltó, como tantas veces:

-Pinche Vázquez, ya te habías tardado.

Reímos. La muerte es siempre una imposibilidad, hasta que llega.

Poco después dijo voz en cuello: » !Váaaaaamonos!» que anunciaba el final de la comida y me llevaba, por el antebrazo del recuerdo, a la estación de Veracruz donde se anunciaba la partida del tren que me llevaría a México siendo un niño.

Quedamos de vernos en la primera oportunidad. Ya no llegó. Quedó pendiente hasta nuevo aviso.

 

VIII

 

La muerte lo seguía hace tiempo. Una vez, hace unos años, regresando de México encontré cerca de Perote lo que quedaba de su carro. Era un acordeón. Un trailer lo había embestido por atrás y lo había catapultado hacia el auto de enfrente. No quedaba nada, salvo los asientos delanteros. Un milagro. Una coincidencia que yo hubiera pasado dos minutos después. Tras el susto, brindaba el Alebrije:

-Volví a nacer.  !Sólo que igual de parrandero!

Años después tuvo un serio percance que le hizo caer y golpearse el cráneo. Estuvo muchos días hospitalizado en México. Lo fui a ver a un hospital de Santa Fe. Me dolió mucho su condición. Su recuperación fue, otra vez, milagrosa.

Tras penosos días de terapias, volvió al ejercicio, cerró un ciclo tremendamente productivo en la UV, compitió para ser presidente del club Britania, y fue nombrado Director de Desarrollo Económico en Xalapa. Supo levantarse de aquel accidente con mucha paciencia y garra. Tenía mucho amor por la vida, entendida, como todos, a su manera.

Cuando brillaba, le llegó una cita inesperada.

La tercera fue la vencida.

 

IX

 

Rafa vivió su vida. Como la canción de Sabina que tanto nos gustaba, derrochó la bolsa y la vida. Supo del suelo y también del cielo. Era talentoso y con una vocación inagotable para generar a su alrededor afecto.

Entre tanta tristeza da gusto ver que se marcha entre tanta gente que lo quiso. Debe ser lindo que, cuando llega tu final, antónimo de Gatsby, lleguen tantos a decirte adiós.

No hay palabras para despedir a un amigo. Hoy me parece que Dios nos da pruebas de su existencia cuando coloca a tipos excelentes como Rafa en nuestra ruta. ¿Para qué queremos más que eso?

Tenemos, él, Zamora y yo, una comida pendiente. Llegará, algún día. Descorcharemos otro Valle de Guadalupe y pondremos al Alebrije al día de todo lo que ha ocurrido desde su partida. Invitaremos a Del Rosario, aunque no pague. Celebraremos lo que juntos fuimos, lo que somos y lo que, -¿quién sabe?- seremos.

Volveremos, algún día, a estar juntos.

Qué bueno que así sea. El día más triste es cuando ya no tienes pendientes que desahogar.

Iré a la cita, puntual, cuando en mi sueño escuché su llamado:

-Vámoooooooooonos.

Comentarios

comentarios

2 Comments

  1. Ana Vázquez dice:

    Un fuerte abrazo Lic. Vázquez, bellas palabras cuándo a los amigos se les aprecia y ama.
    Dios lo tenga en su gloria.!!!
    Saludos

  2. Excelente Fernando:
    No soy un tipo tan bueno como tú para las palabras pero si me considero un amigo de Rafa, no sabes q gusto me dio leerlas, para quienes nos tocó ir alguna vez al Llagar o estar con él en alguna de las muchas ocasiones perfectas para tomar «un par de dos», tus palabras al menos a mí me ponen de momento triste, pero al final contento por haber podido ser parte de su tan hermosa existencia.
    Saludos
    Robert Huesca
    «El mejor delantero del Britania» como alguna vez te dijo… A lo cual tú dijiste q irías a vernos en una final.

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