Ensayos 2015

 

 

Por Fernando Vázquez Rigada

 

I

 

Las grandes tragedias humanas tienen un principio y un final común. El principio: la incredulidad. El final: la tristeza, la culpabilidad. A veces, la vergüenza.

 

 

II

 

Prisión de Landsberg, 1924. Un joven reo, de 35 años, produce un libro. No lo escribe. Lo dicta. No es un escritor: es un orador. Uno extraordinario. Lo supo pocos años antes, cuando recibió la oportunidad de hablar a 16 personas en una cervecería. Hipnotiza a la audiencia. Entonces lo sabe: será un líder. Nada podrá ya detenerlo.

Hasta entonces su vida ha sido un cúmulo de fracasos. El último: un intento desastroso de golpe de estado. Por eso está en la cárcel. Dicta a su secretario sin parar. Debía ser un libro sobre su vida y el Golpe frustrado. No lo es. Será sobre el futuro.

Su secretario lo acompañará hasta su propia, personal locura. En algún punto viaja, solo, hasta Inglaterra, en plena segunda guerra mundial. Buscará a la realeza para negociar una paz sin autorización. Termina en la cárcel, en donde drenará su vida de 1941 a 1987. Desde que el último prisionero, Albert Speer, sale a la libertad en 1966, este hombre vivirá solo en una prisión castillo: Spandau.

Su nombre: Rudolf Hess.

El libro termina viendo la luz en 1925. El primer intento de nombre fue Cuatro Años y Medio contra las Mentiras, Estupidez y Cobardía. Su editor, con más sentido comercial, lo sintetiza. Su título final: Mi lucha. Su autor: Adolfo Hitler.

 

III

 

El libro no fue un bombazo editorial, aunque su venta no fue pobre: cerca de 9 mil ejemplares. Se mantuvo un tiempo y luego creció. Cuando Hitler cobró popularidad nacional, en 1930, en 1932 a 90 mil. Tras la llegada al poder, vendería cada año 100 mil ejemplares. Seis millones en los años de máximo esplendor. Las fechas son importantes: Hitler llega al poder hasta 1933. Su visión de Alemania era clara. Mi Lucha es un libro superficial, ideológico, aunque revelador. Habla sin ambages de la necesidad de expansión de Alemania. De la obligación de ampliar su espacio vital hacia el este. De enfrentar a un enemigo común: los judíos.

Son ellos, como raza, como concepción de negocio, como especie depredadora, los que han consumido el espíritu alemán, drenado su economía, contaminado su sangre.

Hitler no esconde nada. No habla de un holocausto: pero lo perfila. Abre una esperanza en un país quebrado: militar, política, económica y moralmente.

Crece su carrera y pronuncia, cientos, miles de discursos. Siempre fue claro. Se le debe acusar de todo salvo, quizá, de incongruente.

 

III

 

¿Por qué llegó al poder?

En 1919, John Maynard Keynes escribió un libro seminal sobre el tratado de Versalles. El instrumento para cerrar la paz en la 1ª guerra mundial abriría la 2ª. Se llamó: The economic consequences of peace, alertó: el abuso de los vencedores contra Alemania, causaría una nueva guerra. Además, los otros aliados, Japón e Italia, habían sido maltratados. Hay que releer ese lúcido escrito.

El tratado pulveriza el orgullo alemán. Dentro, se sustituye al imperio por una República, inestable, difícil de gobernar. Desde Rusia, Lenin quiere expandir al comunismo. La base natural es Alemania, cuna de Marx. Hay desorden y fluye la inmoralidad. La vida berlinesa se prostituye. Llega la puntilla, en 1929. La bancarrota mundial. Se dispara el desempleo, la pobreza, el hambre.

Hace falta orden y Hitler y un puñado de fanáticos lo ofrecen. Dan algo más: una esperanza. De recuperar el honor. De volver a ser grandes. De expulsar a los parias que frenan la grandeza de Alemania: los comunistas, aliados con la judería internacional.

El discurso crece, pero poco a poco.

De fuerza provincial, va subiendo en sus simpatías electorales. Porque Hitler juega a la democracia, aunque la desprecie. Funda un partido y lo hace crecer. Su estrategia es polarizar: sembrar en la mente de la población la convicción de que hay un enemigo común.

Se trata del primer experimento en un país desarrollado para generar la dualidad héroe/villano.

En 1928, su partido obtiene apenas el 2.6% de los votos. Pero viene la quiebra económica mundial. En 1930 el partido crece hasta 6.3 millones de votos: 18.7%. Dos años después, sube a 37.2%. En 1932, 33%. Y, finalmente en 1933 gana con 43.9%. Un año antes, Hitler, en elección presidencial pierde ante Hindenburg, pero obtiene en primera vuelta 30% de los votos.

En ese periodo, ¿modera su postura? No, la inflama.

Mantiene su mensaje eje: reduccionista, claro y de odio.

Y así llega al poder.

 

IV.

 

Hitler y los nazis no pierden tiempo. Incendian el parlamento, el Reichstag, y culpan a los comunistas. Viene una represión brutal. Afuera de la Ópera de Berlín, ejemplo de la cultura refinada alemana, el ministro de propaganda organiza, en 1933, una gran pira de libros de autores judíos. Con ello purifica, en las llamas, el conocimiento alemán. Reduce a cenizas lo más importante de un ser humano: su pensamiento.

Mann, Freud, Kafka, Brecht, Marx, Einstein, son mutilados de la vida intelectual. No por ignorantes: por ser judíos. También Dostoyevsky, Tolstoi, Gorki, Lenin, Hemingway.

La gran hoguera se enciende en mayo, cinco meses después de la toma de poder. Los comercios judíos son agredidos con letreros insultantes. Se gesta una atmósfera que anticipa una tiniebla densa, agobiante, prolongada.

Muere Hindenburg. Hitler tiene el poder absoluto. Se mueve rápido. Funda Dachau, campo de concentración contra enemigos políticos, que pronto sobrepasa los 10,000 internos, en meses. Pide al parlamento una ley de Poderes Especiales, que le permite legislar sin pasar por el congreso. Se lo aprueban.

La democracia ha muerto: aplicada su eutanasia por los demócratas.

 

V.

 

Lección central: ningún holocausto comienza siendo un holocausto. Todo horror es un proceso.

 

VI.

  1. Comienza la locura. Hitler prometió cumplir sus promesas de campaña. Un año antes, había ejecutado a decenas de fieles aliados: las SA, en la Noche de los Cuchillos Largos. Sustituye a la SA con el poder de las SS: un cuerpo de elite que pugna por la pureza de la raza alemana. Su jefe, Heinrich Himmler, es un ignorante y fanático. Su segundo de abordo, no. Se llama Reinhard Heydrich: le llamará Orson Welles, la Bestia Rubia. El verdugo de Hitler. Es sofisticado, educado y culto. Para ser miembro de las SS hay que poseer licenciatura o más. La mayoría de sus mandos tienen doctorados. Miden más de 1:70. Ojos azules. Arios, tres generaciones atrás. Todo matrimonio debe ser aprobado, por escrito, por Himmler.

Su preparación no suavizará su visión. Al contrario: la desquiciará. Son los guardianes de la raza.

Viene lo peor. En 1935, en el Congreso del Partido, Hitler decreta las Leyes de Nuremberg, que declaran a los judíos apátridas, retirándoles la nacionalidad alemana.

Es la aceleración de la locura jurídica: en abril de 1933 se prohíbe a los judíos ocupar cargos públicos; sigue en abril y mayo la prohibición para ejercer diversas profesiones. En el propio abril se penalizó el sacrificio ritual de reses. En septiembre se les excluye de la vida cultural y de los medios de comunicación. Ese mismo año se declara prohibido jugar a niños judíos con alemanes. En 1935 las leyes de Nuremberg les priva de la nacionalidad, se les asignan lugares públicos para ubicarse, y se impide a los artistas, músicos, escritores, trabajar. En 1936 los judíos son forzados a entregar al estado sus bicicletas y sus máquinas de escribir. Se les cierra la posibilidad de ejercer de contadores o que sean maestros en escuelas públicas. Al año siguiente se rehúsa a admitir niños judíos en escuelas alemanas. En 1938 se cancelan las licencias de trabajo de médicos y enfermeras; se les niega el acceso a teatros, cines, conciertos y albercas públicas. Todos los niños judíos son expulsados de las escuelas públicas. En 1939 se les fuerza a entregar sus bienes al estado, son desalojados de sus casas y no pueden estar en las calles después de las 20 horas.

En total, los nazis publicaron cerca de 2,000 leyes,  decretos y normas para eliminar a los judíos de la vida civil.

En 1938 ocurre la Noche de los Cristales Rotos: la Krystalnacht. Miles de comercios judíos son saqueados, cientos de sinagogas incendiadas. El acto ha sido orquestado por Joseph Goebbels, ministro de propaganda. Otro ministro, segundo de Hitler, enfurece. Es entre otros cargos, encargado de la economía. Reclama: ahora las aseguradoras alemanas tendrán que pagar por los daños. Un negocio absurdo. Pactan: los judíos pagarán al estado por los daños que el estado les ocasionó.

Aún en 1938 la intención no es matarlos: es humillarlos, y forzarlos a irse del país. La política de Heydrich tiene bastante éxito. Se contempla poblar Madagascar o Palestina con judíos. Entre más lejos, mejor.

Pero algo va a pasar. Algo fuera de planes: la guerra.

 

VII.

 

La invasión de Polonia desata la furia alemana contra los judíos. Es un horror. Tras el ejército alemán se crean los sonderkomandos: unidades de ejecución racial. La piedad no existe. La sevicia no tiene fin.

Niños, mujeres, ancianos son asesinados a mansalva. Hay un motivo: son judíos.

 

Ese antecedente no será nada con lo que vendrá. La expansión al este hace que la política de emigración no sirva más. Está claro: habrá que hacer algo más. Ahora son millones de judíos bajo la esfera nazi. No hay lugar posible para que se vayan.

 

Se crean en Polonia los primeros campos de exterminio. El más cruel: Auschwitz, de concentración, y junto Birkenau de extermino. Una fábrica de muerte.

La decisión es tomada en conjunto por segundos mandos nazis en una reunión en Wansee, en enero de 1942. Hitler ha ordenado, verbalmente, la solución final. Hay que matar a todos los judíos. Borrarlos de la faz de la tierra.

Ese es un imperativo político y racial. Es también una demanda de las SS. Los miembros del sonderkomando no pueden soportar más matar en masa. Tienen afectaciones mentales. Sufren. Padecen de insomnio. Beben. Por último, hay un tema económico: matar a judíos con balas es caro e ineficiente.

Se requiere una solución en masa. Se dará. Para eso está la organización alemana.

 

 

 

VIII.

 

Tras su detención, finalizada la guerra, el jefe de Auschwitz, Rudolph Höss, confiesa, impávido: seguramente maté a más de un millón y medio de personas durante mi estancia.

No estuvo. Höss, toda la guerra. Tras haber vuelto cenizas a casi dos millones de seres humanos, Höss es retirado de Auschwitz por Himmler. El Reichsmarschall ha recibido, y comprobado, acusaciones de corrupción en Auschwitz. Los guardias y personal de baja autoridad, roban dientes de oro extraídos de los cadáveres. Guardan joyas de los judíos asesinados. Envían a casa ornamentos útiles requisados a la llegada del campo.

Algo inaceptable para una organización como las SS.

 

IX

 

En un libro memorable, Gitta Sereny entrevista al otro monstruo del extermino: Franz Stangl, Comandante de Treblinka. El título lo dice todo: “Dentro de esa oscuridad”. La historia de Stangl refleja cómo el nazismo iba arrancando trozos de humanidad a sus hombres.

Stangl, austríaco, estaba desempleado. Los nazis le dan empleo. Le ascienden. Cuando finalmente tiene estabilidad, le obligan a destruir archivos que inculpan el pasado de dirigentes nazis. Lo ascienden. Luego lo enrolan en el partido. Le dan riqueza. Le piden perseguir opositores. Inventar pruebas. Su poder crece. Los nazis limpian su propio expediente y el de un amigo cercano, bajo juramento de fidelidad. Le conceden una medalla y lo ponen a cargo de del departamento de emigración de judíos. Pronto, llega el momento cúspide. Debe ir a Berlín, para una asignación especial de alto rango, pero hay un problema. Es católico. Si quiere entrar a la elite berlinesa tiene que renunciar a su religión. Lo hace. Finalmente lo han despojado de todo vínculo moral y espiritual. Ahora les pertenece. Les falta apoderarse de su alma.

Va al programa de eutanasia y ahí adormece sus sentidos. Matan a discapacitados. A ancianos, A desposeídos. La anestesia le durará para siempre.

-¿Cómo no sentía nada al matar a tantos seres humanos indefensos? Pregunta Sereny.

La mirada de Stangl es fría y distante. No tiene alma.

-No podías ver a nadie en especial. Sólo a la masa. De otra forma, se volvían humanos.

Así, en dos años, asesinó a 1.4 millones de seres humanos.

 

X

 

Las fotografías muestran la humillación pública, que despoja de respeto a un ser humano. Le roban su identidad, su honor, su dignidad. Antes de matarlos, los hicieron prescindibles.

La idea original no era matarlos. Era expulsarlos. Pero en cosas de fanatismo, las cosas de pronto se salen de control.

Por eso los rebajaron a ratas de laboratorio, a esclavos, a prostitutas, a cenizas.

Alemania tenía inoculado, desde un siglo atrás un virus xenófobo. Hitler no lo inventó: lo exacerbó.

 

XI

 

William L. Shirer recuerda, en “Auge y Caída del tercer Reich”, que llevó a una actriz norteamericana a ver a Hitler, antes de la guerra, en una recepción en Berlín. Todo el camino, la actriz fue burlándose de Hitler. De sus tesis, De sus ideas locas. De su bigote ridículo. De su estatura.

Terminó el encuentro.

Quedó fascinada: por su amabilidad. Por su charla. Por su inteligencia pero, sobre todo, por esos ojos azules que no la veían: la escarbaban.

“En persona, el bigote ya no parece fuera de lugar, después de todo”.

 

XII

 

La BBC ha publicado un libro reciente con cientos de entrevistas a alemanes. La pregunta central ¿Por qué votaron por él, porque lo mantuvieron?

Respuesta común: Porque no creímos que fuera a cumplir lo que decía. Después, ya fue demasiado tarde.

 

XIII.

 

Hace un par de años, Timur Vermes publica una novela exquisita y profunda. “Ha vuelto”.

En pleno siglo XXI, Hitler despierta en el Tiergartten tras dormir más de medio siglo. Lo sorprende la tecnología. La televisión. El facebook. Astuto. Demagogo. Repite hoy la vieja receta. No oculta nada. Su discurso es el mismo: de odio racial, anti judío. La gente ríe y le da clicks al “me gusta”. Se vuelve un fenómeno.

Ha vuelto.

 

XIV.

 

La distancia entre el payaso y el tirano es nuestro silencio.

 

 

noviembre 15, 2016

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