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NAVEGANDO HACIA EL ABISMO

31/01/2010

Las alianzas que se tejen entre diversos partidos con miras a las elecciones de julio traerán, de concretarse, efectos de tres bandas en el escenario nacional.

La concepción de construir alianzas de amplio espectro –todos contra el PRI- partió de la mente de Manuel Camacho, un estratega de primera categoría en el ámbito nacional y un negociador altamente eficaz. El argumento central es el siguiente: las elecciones de julio deciden no la renovación de 12 Gubernaturas, sino la Presidencia de la República. El 2012 se define en 2010. Los escenarios más objetivos perfilan una aplanadora priísta en donde cabría la posibilidad de que el tricolor se llevara carro completo.

Las posibilidades del PAN y las izquierdas sin alianza son prácticamente nulas en los estados que gobierna el PRI. Habría que esperar sólo las posibles fracturas, que tendrían consecuencias graves, en su caso, particularmente, en Sinaloa. Pero la fractura también podría debilitar al PRD, en este caso en Zacatecas, por la confrontación entre el grupo de Ricardo Monreal y Amalia García. En Aguascalientes se avizora un avance importante del PRI. Tlaxcala, un estado gobernado por el PAN, aparenta solidez, pero el hecho de que el Gobernador actual tenga fuertes vínculos con Beatriz Paredes y el hecho que sea esa la tierra de la Presidenta Nacional del PRI puede impulsar un crecimiento del Revolucionario Institucional.

Por eso la tesis de Camacho es que si el PRI lo gana todo, no habrá posibilidad alguna de doblarlo en 2012. De ahí que la única opción sea, como Juan Charrasqueado, pistola en mano echárseles de a montón.

Los esfuerzos aliancistas se han enfocado en donde se asientan las maquinarias priístas más poderosas, con la excepción de Veracruz. Por eso, Durango, Oaxaca, Puebla e Hidalgo aparecen como objetivos prioritarios. La fortaleza del viejo partido de la revolución es tal que, aún con alianzas de amplio espectro, el triunfo de las coaliciones no está garantizado.

De darse, las coaliciones tendrían efectos duraderos en la escena política nacional.

El primero de ellos es que el Presidente de la República, una vez más, ha dejado de lado su impulso de Jefe de Estado para descender a su papel de operador electoral (no muy ducho, por cierto) de su partido. Calderón renuncia a las Reformas que le urgen al país a cambio de frenar el avance del PRI. La torpeza con la que se ha manejado la línea de comunicación oficial implica dinamitar la posibilidad de que las Reformas sean avaladas por el PRI. La soberbia del poder impedirá que las alianzas electorales con las izquierdas trasciendan al plano legislativo. El Presidente podría quedar en el peor de los mundos: sin triunfo, sin reformas y sin interlocución en el Congreso.

El segundo gran damnificado es Andrés Manuel López Obrador. Las alianzas de Camacho lo han dejado en el desamparo. Por un lado, Dante Delgado le abandona y pacta con el PAN en Oaxaca para nominar a Gabino Cué. Sin estridencias, propias de la debilidad, elpeje solo atina a decir que no apoyará esa candidatura en Oaxaca. Pero recibe un segundo golpe: en Zacatecas, Monreal le recuerda que el que manda en el estado es él y el PT, no el Presidente legítimo. Sus muchachos pretenden abandonar a otro exiliado del PRI: José Guadarrama, aliado de López Obrador, para entregarle la candidatura de las izquierdas (ahora llamadas DIA) a la foxista Xóchitl Gálvez. El PRIAN, pues, es sustituido por el DIAPAN.

Un posible beneficiario de las alianzas podría ser Marcelo Ebrard. El debilitamiento de López Obrador por la propuesta de Camacho le limpia el terreno al Jefe de Gobierno del DF y cercano colaborador de Camacho por años. Ebrard, contra la opinión del gran cacique, ha dicho que las alianzas deben ir. Las coordenadas de esta estrategia pasan por el fortalecimiento de la precandidatura de Ebrard, en donde, de paso, se tienden puentes con el grupo de Jesús Ortega.

Si las alianzas cuajan, el PRI deberá probar que puede alzarse con victorias a pesar de los esfuerzos mancomunados de los partidos que se le oponen. La competencia será mayúscula. A pesar de ello, estas alianzas desesperadas demuestran su fortaleza, no su debilidad. Con todo Enrique Peña Nieto podría ser el objetivo de este vasto experimento nacional. Si las alianzas cuajan, una coalición similar podría presentar un gran frente de batalla el año entrante en el Estado de México, con el objeto de nulificar sus aspiraciones Presidenciales.

Lo que estamos viendo en el tablero nacional es el triunfo del pragmatismo. Contra lo que se ha dicho, las alianzas entre extremos opuestos no son comunes ni bien vistas en el mundo. La concertación chilena, que gobernó 20 años ese país fue, efectivamente, una gran coalición de partidos, pero eran todos de izquierda. Nadie, por ejemplo, ha criticado la unión de partidos como PRD, Convergencia y PT, pues comparten principios comunes. Eso fue lo que sucedió en Chile. Si se llevara el símil mexicano al caso chileno estaríamos hablando de la unión de la concertación con los partidos que apoyaron a Pinochet. Así de absurdo.

Se ha argumentado, también, el caso alemán. Ahí, efectivamente, se dio una unión entre el partido social demócrata y la democracia cristiana. Se verificó, sin embargo, en el marco de una agenda común de gobierno y se negoció bajo condiciones excepcionales, tras una victoria cerradísima de Angela Merkel cuya única posibilidad de conformar gobierno era con el concurso de sus adversarios. Merkel tuvo que moderar al máximo su agenda de gobierno e incluir personajes de la izquierda en su gobierno. Debió hacer a su opositor, Canciller. El escenario similar hubiera sido si en México Calderón hubiera adoptado la política social de la Coalición por el Bien de Todos para distender el ambiente político en 2006 y hubiera nombrado Secretarios a Manuel Camacho, Porfirio Muñoz Ledo y al propio López Obrador como Secretario de Relaciones Exteriores.

Otro argumento falaz es que las alianzas se tejen para obtener un fin superior: democratizar a los estados donde se verifiquen. Yucatán, sin embargo, prueba que es falso. Ahí se dio una coalición de amplio espectro que logró romper con la influencia del PRI. Esta coyuntura, sin embargo, no se tradujo en el paraíso democrático sino en el infierno de corrupción y nepotismo de Patricio Patrón Laviada. Chiapas no se distinguió tampoco con Pablo Salazar como un ejemplo de evolución institucional en el país.

En el colmo de la paradoja, PAN y PRD, más Convergencia y PT, se unirían para derrotar al PRI… con ex priístas. José Rosas Aispuro, aún priísta, ex Diputado dos veces y ex Alcalde, sería el abanderado de la coalición en Durango; Gabino Cué, ex priísta ligado a Diódoro Carrasco, sería el postulado en Oaxaca y en Puebla, sería Rafael Moreno Valle, también tránsfuga del tricolor.

Lo cierto es, bajo cualquier punto de vista, que las alianzas de los extremos representan el fin de los principios. Se les podrá achacar muchas cosas pero, salvo excepciones grotescas, el movimiento de López Obrador y el propio PAN habían sido partidos que habían respetado sus principios.

Tanto el Pan como el PRD, Convergencia y el PT hacen de lado sus ideales para lanzarse de lleno a un juego de poder descarnado. Las alianzas, como estrategia de poder, son correctas, pero lo que no es correcto es tratar de venderlas con un ropaje de idealismo y de renovación. Es un matrimonio por conveniencia y nada más. Si se tratara de una agenda democrática, el PAN y el PRD podrían comenzar por pactar una agenda común de Reformas en el Congreso.

La política del pragmatismo conduce a la República al debilitamiento y a la supeditación de la agenda de fondo por la dictadura de la coyuntura.

Ni hablar: continuamos navegando hacia el vacío

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