LA CONVERGENCIA AUTOCRATICA
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LA MAESTRA
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EL OTRO CALDERÓN

27/06/2011

 

Lo que ocurrió el jueves en el Castillo de Chapultepec lanza un mensaje de luz sobre la nación: el hecho de que los mexicanos, aún con nuestros agravios, con nuestro dolor, con opiniones divergentes, podamos sentarnos en una misma mesa y escuchar.
El nombre lo resumía todo: diálogos por la paz. El diálogo es lo que se ha perdido en el país en los años últimos, sustituido por una interminable cadena de monólogos. Por eso el extravío y la desorientación nacional. Pero el diálogo se dio en un marco preciso: el de una confrontación que nos ha robado la tranquilidad, la esperanza, el rumbo y la concordia.
Se llegó a este momento porque los muertos han sido muchos. El grado de maldad ha sido insoportable. El rostro de la República se ha llenado de cicatrices, de gestos de dolor, de rictus de muerte. 40 mil muertos son muchos muertos. Con todo, quizá sea aún peor la certeza de que estamos perdiendo nuestros vínculos como sociedad solidaria, nuestra confianza en el otro, la fe de que es posible vivir aquí en paz y con decencia.

Se llegó hasta aquí porque no ha existido el talento para generar una política de estado. Por el doble discurso y la doble moral de toda la clase política. Porque la ideología, en ocasiones, nubla la percepción de la realidad. Porque no se ha abierto la sensibilidad para entender que el adversario puede tener, tiene, puntos de vista válidos.

Con todo, se llegó a ese momento. Dos bandos confrontados por el discurso y por las muertes evitables, por la sospecha de impunidad, pero unidos en su afán de que las heridas cicatricen, de que los llantos sequen, de que las armas ensordezcan.

Javier Sicilia se ha convertido, desde la devastación que provoca la muerte de un hijo, en un referente moral de la sociedad mexicana. Es una poeta y más: es una entereza, una razón, un argumento que sirve por su sensibilidad y su capacidad de conducción. Sicilia le dijo al presidente palabras duras, durísimas, como quizá nadie le había dicho a un presidente mexicano. Lo dijo en tono suave, respetuoso, sin ofensa. Fue una crítica desde el lado de los deudos: el reproche por la ineptitud, por no ser capaces de protegernos como ciudadanos pacíficos, la corresponsabilidad por el exceso de la muerte, la recriminación por la frialdad de llamar a los caídos con un término frío como la tecnocracia: daños colaterales.

Ahí, frente a ese reproche caudaloso en aguas mansas, estaba el presidente. Escuchando. Viendo los testimonios de las madres que han perdido a sus hijos. De las viudas. De los huérfanos. En fin: de eso en que se ha convertido México.

La sola imagen hubiera sido impensable años atrás. Calderón, ese día, no pudo ser Díaz Ordaz, ni Luis Echeverría ni Carlos Salinas. Nunca se hubiera permitido. Eso habla por sí mismo. Hubo una atmósfera de tolerancia, de libertad y de democracia.

Fue, ese jueves, el otro Calderón. Político, dispuesto a escuchar, a conceder y a defender lo que cree válido de su política. Lo hizo con gestos y con palabras. Por los primeros se hizo acompañar de su secretario de Seguridad Pública, cuya renuncia habían exigido los que le escuchaban. Por las segundas ofreció una disculpa a la sociedad indefensa pero reiteró la certeza de que sus decisiones habían sido correctas. Quizá tenga razón: uno puede equivocarse, pero el peor remordimiento es, en la vida, no por lo que se hizo, sino por lo que se dejó de hacer.

La lección final del diálogo es que México puede, con talento y moderación, encontrar los márgenes para construir un acuerdo de civilidad y respeto, de democracia, que nos haga librar el 2012 con menos sobresaltos.

Es posible que el presidente sea, en estos meses restantes, más el Dr Jekyll que Mr Hyde. Es posible que la izquierda más dura encuentre la templanza que le inyectó un poeta y ciudadano como Javier Sicilia.

¿Trascenderá este diálogo a algo más? Seguramente no. Pero en este ambiente de crispación y desencuentros, corroborar que los mexicanos de signos diversos pueden aún sentarse en una mesa y escucharse, es ya suficiente.

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