05/12/2011
La salida de Humberto Moreira recuerda lo efímera que resulta la gloria del poder. Como un vapor que nubla el entendimiento, que perturba, que engaña, el poder se apodera de la mente de las personas y les hace pensar que ese esplendor será para siempre. Pero no.
El líder del PRI se fue como vino: de manera intempestiva. Su llegada, sorpresiva y audaz, tuvo la virtud de sorprender al establishment de la capital y colocarse en la cima del poder del principal partido de oposición. Hizo con sus militantes justamente eso: recordarles que son oposición, y que la población debía conocer las deficiencias del partido en el gobierno. Por lo mismo, logró inyectar energía a un partido que estaba medio aletargado por una dirigencia somnolienta, cuidadosa de los intereses personales, más que del destino partidario. Moreira llegó como un huracán y retó al gobierno federal en su conjunto. Logró desequilibrar por unos momentos a un gabinete pequeño y pueril.
En su corta estancia, el dirigente nacional de tricolor probó lo mejor de sí: un operador electoral nato, efectívisimo, capaz de levantar estructuras demoledoras. De cinco elecciones que debió enfrentar, hizo que sus candidatos ganaran las cinco. A la última, Michoacán, llegó ya moribundo, pero tomó el asunto como una cuestión de honra. Iba a dar todo con tal de doblar, en su tierra, al presidente. Y eso fue lo que hizo.
Pero la historia de Humberto Moreira recuerda la máxima de Héctor Aguilar Camín: un organismo vive hasta el límite de su órgano más débil, no del más poderoso. Y la parte débil del coahuilense era extremadamente expuesta y peor: era mortalmente vulnerable. El ex líder del PRI fue un gobernador que desplegó todas las artes del poder. Lo tuvo, y absoluto. Por eso heredó el cargo a su hermano, convirtiendo a Coahuila en un enclave monárquico dentro de la República. Hizo obra. Redujo la pobreza. Tendió infraestructura. Pero el costo de sus logros excedió con mucho los criterios de buen gobierno y responsabilidad. La deuda del estado creció sin límite. Pasó de unos cuantos cientos a más de 34 mil millones de pesos.
El despilfarro no sólo fue irresponsable. Fue ilegal. La revancha del gobierno federal fue absoluta. El gobierno de Moreira había falsificado documentos para contratar la deuda de corto plazo.
Con esos antecedentes, confiar los destinos del PRI a un hombre sin escrúpulos, con nula credibilidad, se convertía en un tumor dentro de la campaña de Enrique Peña Nieto.
Su salida estaba anunciada. Definida la candidatura única, el CEN del PRI deberá refrendar la unidad mediante un complejo proceso de negociación: uno que Moreira no podría conducir. Las nominaciones de candidaturas al congreso serán un proceso complicado y desgastante. Habrá que tratar con cada uno de los gobernadores, con los poderes reales, con los sectores, con la mlitancia, con el candidato y su entorno.
Moreira se fue a tiempo. Pero el problema no es ese. El PRI debe abrir un proceso de reflexión y análisis serio sobre los rostros que presentarán a una ciudadanía hastiada de la ineptitud panista pero que no ha extendido un cheque en blanco a nadie. El problema no termina con la salida de Moreira. El problema es cuantos Moreiras más existen en el seno del tricolor. Cuantos ex gobernadores comparten cadáveres similares en el clóset. Cuantos líderes resultan impresentables. Cuáles serán los que sustentarán en los hechos la oferta de cambio, sugerente, carismática, atractiva, de su candidato.
Cuando llega la hora de las definiciones, en el poder como en la vida, no hay más camino que decidir si los cursos de acción los tomará uno o permitirá que se los impongan. Hay que recordar que la mayoría de los accidentes mortales se registran cerca del destino.
Una agenda modernizadora y de reforma del país no puede ir acompañada por aquellos que han quebrado estados e instituciones. De los personajes que han defraudado la confianza pública. De los que son duchos en la política pero pésimos en la administración. De los que son simpáticos pero corruptos. Las elecciones se ganan siempre afuera, no adentro. Por eso hay que limpiar la casa antes de presentarla a los demás.
Por eso Moreira debió irse. Habrá que ver si será el fin de la limpieza, o sólo el principio.