12/12/2011
En política, como en la vida, hay caminos que no deben tomarse; umbrales que no hay que cruzar; puertas que hay que mantener bajo llave.
Las declaraciones del Presidente de La República con respecto a la intromisión del crimen organizado en los procesos electorales a favor del PRI, muestran al peor Calderón: el de la irresponsabilidad.
Su arrebato retórico, quizá desesperado, posiblemente no calibrado, ciertamente reprobable, conduce al país directamente a los bordes del abismo. Sus afirmaciones, dichas sin pruebas, sin ejecución judicial que las ampare, son pronunciadas desde la herida de sus derrotas recientes y desde el síndrome del fin del sexenio que avizora la certeza irremediable de que su poder se agota.
Pero sus dichos no solamente producen una inquietud nacional y conducen a la polarización de la sociedad. Es mucho peor. Lo que hace Calderón es minar el proceso electoral que renovará los poderes públicos el próximo año.
Afirmar que la elección está viciada desde el flanco de la intervención ilegal del crimen organizado es cuestionar la validez de los comicios, socavar la credibilidad institucional del país y poner un velo de sospecha sobre la democracia mexicana.
Esa afirmación abre la caja de Pandora que él apenas pudo evitar en la elección de la que obtuvo su mandato: la de la nulidad de los comicios.
El Presidente habla de algo muy grave: la intervención del crimen de manera sistemática, general y concertada en todo el territorio nacional para favorecer a un partido y perjudicar a otro. Afirma tener pruebas de incidentes mayores en Michoacán, pero no se intervino a tiempo para denunciarlos o, mejor, para impedirlos o frenarlos. Esos hechos, lamentabilísimos, tampoco bastaron para frenar la declaratoria de triunfo de su hermana la víspera del conteo cuando los datos preliminares indicaban que ese proceso viciado e ilegal beneficiaba a su partido. El discurso migró cuando los datos oficiales confirmaron la derrota del PAN. Entonces se procedió a filtrar grabaciones telefónicas que prueban bien poco por sus contenidos, pero también por el ámbito territorial en donde se registran.
Extrapolar lo ocurrido en algunos municipios menores de Michoacán a todo el país es algo sumamente grave. Inferir que los ciudadanos podemos ser influenciados masivamente por cualquier fenómeno es negar la madurez de la sociedad mexicana. Cuestionar a priori la imparcialidad de la elección nos conduce a un escenario que el país no podrá soportar.
El futuro de la nación está siendo atado a una bomba de tiempo. No es exagerado afirmarlo. Cuestionar la validez, imparcialidad y certeza del proceso electoral que renovará la Presidencia de la República y el Congreso Federal es conducir al país a un posible quiebre constitucional. Ni más ni menos.
La estatura de los hombres públicos se mide por sus palabras. Su grandeza, por sus actitudes, particularmente ante la derrota. El impulso nihilista del Jefe del Estado se abre así como una verdadera pesadilla. Las palabras que nos sitúan en la ruta del abismo nos recuerdan que la soberbia, en política, envenena. Por eso los dioses en la antigua Grecia perturbaban primero a quien pretendían destruir. Lo hacían bajo una palabra precisa: hybris.
La hybris presidencial parecería el eslabón último de una larga tragedia que padece México: haber soñado la transición y haber despertado en la degradación.
Aún hay tiempo para renovar la institucionalidad y reinventar la democracia. Hay espacio para elevarse sobre el desencanto y pactar la transición. Existe aliento para fortalecer el espacio democrático. Se puede hacer, aunque la que debería ser la voz más importante, más sensata, más madura de la República se, empeñe en impedirlo.