02/01/2012
Ha comenzado el año en donde los mexicanos renovarán la mayoría de sus poderes públicos federales, 7 gubernaturas y municipios y congreso en 7 estados más. Será un año agotador y polarizante, que se desarrollará en medio de un ambiente económico de incertidumbre y una olla de presión social.
La economía internacional barrunta signos de tormenta. La eurozona continúa sin enviar mensajes, claros, categóricos, de liderazgo y de solvencia. Eso inyectará una gran dosis de nerviosismo a los mercados. Quizá peor, los últimos indicadores apuntan a una desaceleración de la economía china, cuyas causas profundas quizá impliquen el límite del milagro. La India registra picos inflacionarios que frenarán el consumo. Los Estados Unidos tendrá, por si mismo, un mejor año económico que, sin embargo, puede estropearse por contagio internacional.
La economía nacional posee solidez en sus fundamentos, pero continúa sin presentar el vigor para crecer de manera sólida, acelerada y sostenida. Tenemos una economía estable pero que no genera empleos suficientes y los que genera son de baja calidad. La productividad sigue siendo un pendiente de la agenda nacional, igual que el tendido de infraestructura de clase mundial. El crecimiento pronosticado para el 2012 puede verse afectado por un entorno internacional complejo.
Bajo las cifras dramáticas está la gran olla de presión social: 70 millones de mexicanos en vulnerabilidad, 52 en pobreza, 8 millones de ninis, 12 millones de migrantes. Al éxodo y la exclusión se suma ahora la tragedia de un país confrontado y violento. 50 mil muertos hablan del cambio de valores y de rumbo de una nación que aparece desorientada.
La política podría ser el gran catalizador de un proyecto nacional. Debería serlo. La democracia garantiza que los malos gobiernos se irán, y el que tenemos felizmente termina este año, le guste o no. El problema no es ese. El problema es quien llegará. La mediocridad perece inundar la escena pública y peor: amenaza con forzar a los mexicanos a votar por el mal menor. Los más eficientes fueron sustituidos por los más populares. Los más sensatos por los de mayor carisma. Los mejores por los que pueden ganar una elección de subasta y superficial.
En ese contexto se presentan los que han sido secretarias de estado mediocres, los ausentes de la realidad nacional, los que se precian de no tener instrucción y los que transmutan de mensaje como de piel.
Desde el poder público se avizora el afán de demolición del adversario, la persecución del opositor, la tentación de impedir una segunda alternancia. La lógica del juego se reduce, así, a una palabra terrible: ganar. Ganar a cualquier costo.
Los enemigos peores del régimen esperan pacientes, sin escrúpulos, sin moral, el decaimiento del poder que se da en el año último del sexenio. Ese que ha reservado lo mismo las pesadillas de la represión, las devaluaciones, las nacionalizaciones que la sombra siniestra del magnicidio. Veremos acontecimientos terribles este año. Aquellos que transitan entre la irresponsabilidad, la soberbia y el crimen.
Del otro lado está la sociedad mexicana, inmóvil pero no inmovilizada; con opinión pero sin medios; con esperanza y, acaso, con más valor civil del que sus políticos suponen.