Por Fernando Vázquez Rigada
Los caminos que construyó el imperio Romano han permanecido por mil años.
Un acueducto espectacular vela el sueño de Segovia, recordando el genio de los romanos que idearon esa ingeniería para abastecer de agua al imperio.
México, en cambio, es un país hundido en baches y socavones. Las obras no aguantan un aguacero.
El fracaso absoluto corresponde al Estado mexicano y a la sociedad. La mala obra pública se encuentra en cualquier nivel de gobierno. No hay que ser perito ni sesudo académico para tener un diagnóstico de lo que pasa. Se requiere tan solo ser transeúnte, usuario de transporte y tener sentido común.
Las calles de los municipios, las carreteras estatales, las autopistas federales son rostros cacarizos que arruinan nuestra vida y la amargan.
Son, también, una radiografía: de la corrupción de una sociedad que, como una adicta, se queja pero consume.
La cantaleta de la corrupción es eso: una palabrería para culpar al otro. Ver la paja en el ojo ajeno. Señalar la inmoralidad de los políticos y, después, confesar y persignarse para volver, diría Spota, a lo de antes.
El poder público tiene una responsabilidad directa. Cualquier lluvia intensa de cualquier ciudad: la de México, Toluca, Cuernavaca, Xalapa, Zapopan, Aguascalientes, Oaxaca, en fin, de cualquier municipio, desnuda la mala obra pública y la irresponsabilidad criminal de muchos alcaldes.
A Fidel Herrera se le caían los puentes recién construidos pero en Veracruz aún se encuentran algunos de los construidos por los españoles.
No vayamos tan lejos: Marcelo Ebrard dilapidó más de 20 mil millones de pesos en una línea inservible del metro que pudo operar unas semanas, pero la línea 1 cumplirá pronto cincuenta años y traslada a 1 millón de mexicanos cada día. Lección central: Díaz Ordaz era trompudo pero no marrano. Ebrard, marrano y trompudo.
La obra magna de Miguel Ángel Mancera, el deprimido de Mixcoac, anunciada hace dos años con bombo y platillo, ni siquiera fue inaugurada por aquello de la salación y a los tres días de uso tuvo que cerrarse porque aguantó el aguacero de las críticas de los vecinos pero no el primer aguacero de agua que le cayó. Resumen: el deprimido deprime.
De lo federal ni hablemos. Ahí está la terminal 2 del aeropuerto hundida y reparada 5 años después de construida o el socavón de Ruiz Esparza que duró meses y costó 2 vidas.
Pero la obra la construye mayoritariamente el sector privado. Son ellos los responsables de las obras. Son ellos los que concursan. Ellos los que hacen los proyectos ejecutivos. Ellos los que construyen.
Y somos nosotros quienes tapamos los drenajes con basura. Pet, pañales, condones, cobijas, colchones, electrodomésticos inservibles que saturan los drenajes de nuestra vida. La perla: medio Volkswagen varado en un drenaje del DF. Limpiemos la casa aunque arruinemos a los demás.
El país está es un socavón, sí. Pero no nos equivoquemos. Es el socavón que construimos nosotros.
Y nosotros, o nuestros hijos, somos quienes pueden repararlo.
O resignarnos a seguir socavando nuestro porvenir.