Fernando Vázquez Rigada
El horror que recorre nuestras calles, cotidiano, demoledor, tendría que forzarnos a una profunda reflexión y autocrítica.
10 mujeres son asesinadas cada día. 7 más desaparecen. Una es violada cada media hora.
El año pasado, casi 12 niñas y niños, adolescentes, desaparecieron cada 24 horas.
Vidas que se esfuman en medio de un océano de apatía. Destinos que se frustran. Talentos que se degüellan para siempre.
El gran drama vive hacia adentro: comienza en hogares precarios, de familias que se han desintegrado: por la adicción, por la violencia, por el machismo, por la ignorancia.
Por la migración. En un lustro, más de 800 mil mexicanos buscaron suerte allende México. Se suman a los 12 millones que ya habían partido. Dejaron aquí a alguien. A muchos. Son familias que se desintegran a fuerza de pobreza.
Tenemos una geografía de familias rotas y de familias con víctimas. Quizá ninguna de las mujeres violentadas eran nuestras hijas, madres, hermanas. Pero eran hijas, madres y hermanas de alguien.
Las cifras revelan nuestro fracaso inapelable como sociedad. Hemos permitido que destacen el sistema educativo. Lo desconectamos del hogar y lo desenchufamos de las empresas. Hemos consentido que nuestros hijos se acostumbren a la violación cotidiana, pequeña pero irreparable, de la ley.
Nos alejamos fatalmente del concepto de ciudadanía para convertirnos en habitantes mudos y conformistas. Aceptamos mansamente que nuestra memoria se pueble de Paulletes, de Debhanis, de cientos de mujeres muertas en Juárez.
La globalización y la revolución tecnológica inundó el diálogo público de banalidad, frivolidad y polarización.
Nos hemos convertido en paparazzi de nosotros mismos: entregando nuestra privacidad a cambio de la dictadura del me gusta.
Nos alejamos de la solidaridad, convirtiéndonos en una sociedad incapaz de proteger al indefenso y de tender una mano al desvalido.
No es sólo el gobierno: los gobiernos, los lamentables legisladores, son el resultado de lo que somos. Porque el gobernador que hizo campaña bajo el fosfo fosfo fue electo. Igual que Cuauhtémoc Blanco o el diputado Sergio Gutiérrez que juega futbol en la tribuna del Congreso.
Tenemos el país que merecemos.
Aunque duela.
Vernos en el espejo debería mover a la vergüenza.
Como decía Cabral: todos somos responsables, pero ninguno culpable. Porque todos son ninguno.
Y ninguno siempre es nadie.
@fvazquezrig