30/09/2013
La devastación que ha provocado la furia de la naturaleza en (casi) todo el territorio nacional ha puesto en evidencia el cáncer que inunda al país: la corrupción.
Puentes que se derrumban, autopistas mal construidas, calles que hacen erupción tras una tormenta, hospitales sin medicinas, chozas que son escuelas: todo habla de una tragedia humana, de un abuso cínico de poder, de una sed inclemente de acumulación de riqueza por parte de funcionarios de todos los niveles, de empresarios sin escrúpulos, de profesionistas inmorales, de líderes sin freno.
La corrupción es un tumor que vive en el cuerpo del país desde que era corona española. Sólo el breve lapso de la República Restaurada logró frenar el saqueo indiscriminado de los recursos públicos. La revolución hizo algo peor: la institucionalizó. La alternancia, por su parte, no la desmanteló: persistió el abuso federal, pero se relajaron los controles políticos que imponían –por miedo, no por pudor- cierta medida en el apetito de gobernadores y alcaldes por saquear el erario público.
La estela de luz es el monumento al saqueo. Hubo estados en donde la inmoralidad se apropió de la vida pública: la componenda, el cochupo, la transa se hizo normal y general. Norma de vida. Código de ética pervertida. La corrupción se volvió entonces, al mismo tiempo, cínica y ofensiva. La riqueza instantánea se restregó en la cara de los ciudadanos quienes, pese a ello, persistieron en el aplauso.
Los gobernantes se convirtieron en autócratas. Repartían dinero. Chayotes. Obras sin licitar. Condonaban deudas. Cobraban obras fantasmas. Endeudaban sin límite porque el saqueo debía seguir. Firma hoy, que paguen otros, la divisa. Muchos de quienes llegaron al poder, lo mismo en Michoacán que en Morelos, en Jalisco o Veracruz, Chiapas o Tabasco, encontraron la desolación de las finanzas públicas.
Ello explica, en parte, porqué los presupuestos crecieron cada año, en ocasiones de manera exponencial, y la pobreza no sólo no se redujo: se acrecentó. La cohesión social del país se desfondó.
Así llegamos a las imágenes desoladoras que nos enfrentan al espejo terrible de lo que somos. Las fuerzas armadas, se ha advertido, entregarán directamente la ayuda a damnificados. El presidente ha advertido que no quiere que se lucre políticamente con la ayuda. Puede ser peor: que, como Anastasio Somoza en el terremoto que devastó a Managua, la ayuda se venda, se de a los correligionarios o se esfume.
Lo que estamos viviendo es una doble contingencia. Una contingencia ambiental y otra, más grave, más lamentable, más profunda: la contingencia moral. Esa es la verdadera bancarrota nacional.