Abril 21.
Ellos tenían las armas. Nosotros el valor. Ellos llevaban la muerte. Nuestra trinchera era de vida y de amor. Ellos disparaban balas. Despellejaban los sueños. Violaban nuestras calles. Nosotros sólo sabíamos del valor. Del coraje. De la dignidad. Del honor.
El mar nos retiró su bendición y comenzó el desembarco de la muerte.
Lo soldados que habían segado la revolución se fueron: doblemente cobardes. Se quedaron los héroes. Algunos conocidos. Cientos, miles, anónimos.
Fueron héroes. Porque héroe no es quien gana, sino quien pelea sabiendo que está perdido. Quien se enfrenta a la desproporción. El que va directo a la muerte para defender la vida de otros, que vendrán. El que no abate la mirada. Quien no abandona a sus hijos.
Cuando se puso el sol, se fue con él, con su calor, con su cobijo, la última esperanza.
La isla, desde el horizonte, volvió a atestiguar, muda de sal y de horror, el sacrificio.
No había forma de ganar, pero tampoco de perder.
Veracruz se adelantó a Hemingway. Una ciudad puede, sí, ser destruida. Pero jamás derrotada.
Hasta la fecha.