FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
El entorno económico se antoja adverso para el año 2015. Hay varios factores de alarma.
Primero: los precios del petróleo continúan a la baja y no hay motivos para pensar que remontarán en el corto plazo.
Hay una disminución de la demanda y una sobreoferta de petróleo.
La disminución se deriva del bajo crecimiento de China y la eurozona. El coloso asiático crecerá “sólo” 7.3% este año. Es envidiable, pero, con todo, es la menor tasa de crecimiento en una década. Japón no crecerá sino 0.8%. Su sector exportador se ha contraído. Alemania, la locomotora de Europa, a duras penas rebasará el 1.1% de crecimiento. La economía mundial no termina de levantar vuelo.
La sobreoferta se da por dos motivos: Estados Unidos ha vuelto a ser un jugador relevante en el mercado petrolero. El país, pronto, volverá a ser autosuficiente. Se ha reiniciado la exportación. Eso libera un gigantesco mercado: el del principal consumidor del mundo. Estados Unidos ha roto su dependencia gracias a la emergencia de tecnologías: el fracking y la producción en aguas profundas son la revolución energética que explica la vuelta a las grandes ligas del coloso norteamericano.
El segundo motivo de sobreoferta es la negativa de la OPEP a reducir su plataforma de producción. El tema es una guerra comercial. El costo de producción promedio de la OPEP es apenas superior a los diez dólares, pero el costo del fracking y las aguas profundas es de entre 50 y 63 dólares. Al producir más, los árabes derriban el precio y llevan a los productores norteamericanos al límite de sus márgenes de utilidad. La mejor competencia es, siempre ha sido, la que no existe. Por eso Arabia Saudita encabeza el esfuerzo por llevar a la quiebra al mayor número posible de productores norteamericanos.
La baja de los precios traerá tres consecuencias importantes para el país. La primera, el gobierno recibirá menos recursos. La economía ya no está petrolizada: están petrolizadas las finanzas del gobierno. El petróleo implica sólo el 6% del PIB, pero más del 35% de los ingresos públicos. EL gobierno, pese a las coberturas, padecerá. Si el precio sigue a la baja, habrá un déficit fiscal y, por tanto, dos opciones: más deuda o mayor recaudación no petrolera.
También se afectará la balanza comercial, pues la exportación de petróleo sí representa aún el 16% de las exportaciones mexicanas.
La tercera consecuencia afecta la implementación de las reformas. Como se mencionó, los altos costos de producción en yacimientos no tradicionales harán menos atractiva la ronda uno. Es posible que el país reciba menos inversiones que las estimadas hace apenas cuatro meses.
La segunda vertiente de gran preocupación es la altamente probable alza en las tasas de interés en Estados Unidos. Cuando una economía pierde dinamismo, los bancos centrales bajan las tasas de interés para meter dinero a la economía. Las tasas bajas hacen poco atractivo que la gente tenga su dinero en el banco. Pero ahora que la economía de EU ha recuperado ímpetu, se espera que el gobierno vuelva a atraer capitales. El problema es que entró a México una gran cantidad de dinero en bonos que, seguramente, se irán. Habrá volatilidad y presiones sobre el tipo de cambio que podría romper la barrera de los 15 pesos.
El tercer componente es el tema de la inseguridad que, se ha finalmente aceptado, está teniendo un costo económico importante sobre las inversiones.
Ya se probó que el tamaño de la economía nacional es demasiado grande para que se mueva con gasto público. Hace falta trabajar en la competitividad. Habrá, posiblemente, un impulso del mercado estadounidense, que pivoteará, junto con la devaluación del peso, al sector exportador.
El problema es que seguimos dependiendo de lo que haga o deje de hacer Estados Unidos. El mercado interno sigue en coma. Los impuestos han asfixiado el frágil dinamismo interno.
La economía, mezclada con la volatilidad política y la inestabilidad social, está entrando a los linderos de una pendiente descendente, de una bajada, de un tobogán.
@fvazquezrig